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Me llevó muchas horas de trabajo escribir este apunte. Estaba a punto de morir como un borrador más –de las decenas que tengo– porque estoy algo cansado del tema.

De las mismas respuestas de siempre de los que no leen todo lo que escribí en el mismo apunte o unos pocos comentarios más arriba.  Que malinterpretan «escribir opiniones y reflexiones» con «te crees que tienes la verdad» por la simple razón que no encaja en sus ideas u opiniones. Que a pesar que intento argumentar todo y respetar la estructura lógica de los argumentos me respondan con falacias o con afirmaciones sin ningún argumento. De aquellos que me acusan de «demagogo» cuando no puedo despertar ni la mínima sospecha de escribir sólo lo que les gustaría leer a la mayoría de mis colegas, alumnos y/o jefes. De aquellos que me acusan de tener intereses ocultos, cuando tengo todos los requisitos académicos y profesionales para estar colegiado y ejercer de «informático regulado».  Si fuese verdad que nuestra carrera está en peligro de desaparecer yo sería el primero en ir a la calle ya que no soy funcionario, sólo contratado (tampoco me preocupa, no lo hago por el dinero –ya podría haberme forrado con el Menéame–, sino por pasión, porque me gusta el contacto con los alumnos y vivir en Mallorca, podría estar ganando más dinero en empresas, rechacé muchas ofertas, hasta una muy buena de un grupo de Google –que no sé si cometí el mayor error profesional de mi vida al rechazarla–).

Me cansó que ante argumentos humanistas y de libertad individual –de no excluir a nadie de trabajar en lo que le apasiona y conoce sólo porque no tomó la decisión más adecuada cuando tenía 17 ó 18 años– se me acuse de «capitalista», «neo liberal» o de no conocer o ignorar la «realidad española».

También me cansó que ante argumentos que considero esenciales a la «profesión» –además de los conocimientos, la ética, compromiso social, humanismo, escepticismo y espíritu crítico–  me traten como el gilipollas que sólo quiere criticar para hacer daños a los colegas y alumnos.

Estos flames tan poco «académicos» y profesionales no puede ser sólo culpa de los «otros», de la «sociedad» o la LOGSE, es el resultado directo de lo que [no] supimos enseñar y transmitir en la universidad. Es básicamente culpa nuestra, por eso me entristece –y mosquea– aún más.

Así que ya que tenía mucho escrito sobre el porqué considero importante esos motivos decidí acabarlo lo mejor que pude y publicarlo.

El lejano origen de las profesiones

herreros

La historia de los gilds (o guilds o gremios) en Europa es apasionante, no sólo por su variedad y larga historia, además de ellos derivan muchos de los beneficios sociales (seguridad social, seguro laboral, dias laborables y fines de semana, trabajo diurno), instituciones (sindicatos, asociaciones civiles, «fraternidades»…) como las palabras tan usadas como «colegio» (collegia, como se conocían los guilds en Roma, posiblemente una continuación de los «colegios de artesanos» del Imperio Romano), universidad (de universitas, por «asociación de iguales» en latín medieval), másters, jornaleros.

Los primeros gremios profesionales –o craft-guilds— aparecieron en el siglo 11 y 12 en Italia, Alemania y los Paises Bajos. Pocas veces se llamaban a sí mismos gilds o gremios, por la gran influencia de la iglesia católica algunos de Europa del norte se llamaban a sí mismo fraternidades, confraternidades, hermandades y elegían a santos como sus patrones. Cuando aparecieron los primeros «gilds profesionales» —craft-gilds— se referían en documentos oficiales como arte, métier o Zunft.

Inicialmente los craft-guilds fueron asociaciones de trabajadores que mezclaban intereses particulares con los sociales. Por un lado se encargaban de formar a los aprendices del un arte, establecieron normas de trabajos –horas, días, instalaciones, etc.–, los que pasaban el período de formación y tenían una cierta experiencia eran reconocidos como másters. Por otro lado perseguían intereses sociales como cobrar una tasa para pagar atención médica, entierros, una pensión a la viuda.

Estos gremios de artesanos reclamaban el derecho a decidir qué trabajos les competían, cuánto tiempo de aprendizaje necesitaban los aprendices, y a regular el comportamiento de los jornaleros (los aprendices que completaron el ciclo de aprendizaje pero todavía no eran reconocidos como másters).

Los craft gilds surgieron como un activismo ascendente en contra del poder feudal descendente. Es decir, fueron agrupaciones de trabajadores en contra los poderes feudales de la época. Estos gilds florecieron en aquellas regiones y ciudades de estados descentralizados, ya que eran un vértice importante del reparto de poderes. Así los gilds tenían gran influencia en los gobiernos locales sin estados centralizados. Incluso el nombramiento de los alcaldes o «señores» dependían en gran medida del apoyo de los gilds que a su vez dependían de las «licencias» (charters en Inglaterra).

Sin embargo en el siglo 14 se empezaron a hacerse patente los abusos de poder de los gilds: admitían cada vez menos másters, éstos contrataban a los cada vez más numerosos jornaleros más allá de las cuotas permitidas, definían el precio de los productos, establecían cuotas de producción para mantener los precios elevados, establecían tasas para poder comerciar en las ciudades, impedían el uso de maquinarias para «mantener el valor artesanal», sólo formaban y admitían como másters a los hijos de otros másters, etc. Este nepotismo creó una segunda clase –muy numerosa– de trabajadores, los jornaleros, que empezaron a asociarse entre ellos (en Francia se llamaban compagnionages) muchas veces perseguidos por ser considerados «asociaciones conspirativas».

Este poder de los gilds se fue perdiendo con el nacimiento de los estados europeos, especialmente notable en la República Romana y a partir del Renacimiento, donde se consideraba que los gilds limitaban el comercio y el ejercicio profesional. De hecho algunos historiadores afirman que las revueltas en Italia en 1400 fue originada por los jornaleros en contra del poder de los gilds. Carl Marx también cita a estas revueltas de jornaleros como los primeros vestigios de las luchas de clases pre-capitalista donde los másters fueron la clase explotadora.

Lo que en un principio surgió como una asociación que promovía la «libertad ciudadana» que marcaría los inicios de lo que hoy conocemos como profesión definiendo estándares de conocimiento y capacidad, responsabilidad social (llamadas en su época officium, Amt, ministerium) y códigos de funcionamiento social y ayuda mutua se convirtieron en grupos de élites excluyentes, sostenedores de monopolios, lobbies políticos poderosos, fijación de precios y cuotas. A medida que aumentó el poder de los estados, estos últimos empezaron a eliminar el gran poder local que ejercían los gilds, y los propios estados empezaron a crear sus propios métodos de definición de las profesiones. Esta es una de las razones fundamentales por la que tenemos títulos profesionales definidos por los estados y otorgados por las universidades.

No quedan muchos documentos sobre la historia de los gilds, salvo en los de Derecho Romano. Éste limitaba el poder los gilds bajo la teoría que debían estar sujetos a la «lay natural», y en casos muy específicos mencionados en el Digest 3.4.1. Como curiosidad, el Derecho Romano tiene sus inicios en el Corpus Juris Civilis (Cuerpo de Ley Civil) pero las digestas fueron ignorados por los romanos hasta que en la década de 1070 se encontraron unos manuscritos y se dedicaron a estudiar esas antiguas leyes comentadas (glosadas) con notas al márgen. Este centro de estudio de leyes estaba en Bologna y se convirtió luego en una de las primeras universidades europeas (actualmente la más antigua) que siglos después daría el nombre al «espacio común de educación europeo».

La otra curiosidad sobre los gilds es que a pesar de que estar soportados teológicamente, la Iglesia Católica los había prohibido 500 años antes.  A merced del Consejo de Chalcedon se prohibió «el crimen de asociación y conspiración que los Griegos llamaban fratria –hermandad en griego–» que se integraron en el Decretum C.11 y 12. Posteriormente, en la reforma del siglo 11 y coincidiendo con la aparición de los primeros craft-gild en los Decretals se les dió nuevos poderes a los «capítulos» y grupos monásticos restando el poder de los obispos (Decretals 3 y 10).

Las fuertes conexiones «teológicas» de los gilds explicaría en parte el porqué hay una preferencia del Derecho Canónico a reconocer el poder y autoridad de los mismos. También explicaría el porqué países con gran influencia católica fueron más propensos a dar más autoridad y control a los colegios profesionales vía «regulación» de la actividades profesionales.

Lecturas recomendadas:

E A Krause. Death of the Guilds: Professions, States and the Advance of Capitalism, 1930 to the Present.

Antony Black. Guilds and Civil Society in European Political Thought.

Nacimiento de las profesiones modernas

Abraham Flexner fue un personaje muy importante que influyó a dar forma a la profesionalización de la medicina –citada siempre como la más antigua y madura de las profesiones modernas– en EEUU. En 1915 escribió en Is social work a profession?):

Profesión […] involucra un actividad intelectual y de responsabilidad personal; deducen su material directamente de la ciencia y el aprendizaje; poseen técnicas organizadas y que pueden ser enseñadas y comunicadas a otros; han evolucionado en un status personal y profesional muy definido; y tienden a convertirse, cada vez más claramente, en órganos para el logro de objetivos sociales más grandes.

Los trabajos y reflexiones de Flexner tuvieron una gran influencia –primero en EEUU y luego en Europa– en la definición de lo que hoy conocemos como profesión. Básicamente define seis criterios:

  1. La profesión es una actividad basada en acciones intelectuales junto con una responsabilidad personal.
  2. La práctica de una profesión está basado en conocimiento, no en actividades rutinarias.
  3. Existen aplicaciones prácticas, no sólo teorías.
  4. Existen técnicas que pueden ser enseñadas.
  5. Una profesión se organiza internamente.
  6. Una profesión está motivada por altruismo, sus miembros trabajan por el bien de la sociedad.

Esta fue una de las primeras definiciones formales –y muy controvertidas– de una profesión, y generó largos debates, discusiones que duraron décadas –y todavía continúan–. En 1929 Flexner vuelve a repetirlo en una conferencia:

¿Qué es una profesión? Dejaré de lado a los periodistas, enfermeras, bailarines, ecuestres [los conductores de caballos] y podólogos que se denominan a sí mismos profesionales. Uno escucha hablar de jugadores de baseball o fútbol profesionales, pero la palabra profesional no tiene el significado apropiado en ninguna de esas conexiones. Hay jugadores de fútbol pagados y otros no pagados. Hay jugadores de baseball pagados y otros no pagados; pero sean pagados o no, no son profesionales en el sentido correcto del término. Las profesiones son intelectuales en su carácter. Se hereda el carácter profesional desde el gratuito abundante e irrestricto uso de la inteligencia. La aplicación de una técnica que ya ha sido resuelta y desarrollada es rutina, no profesión. Para dejarlo claro, una profesión no es enteramente académica y teórica; no es solamente intelectual y aprendida sino práctica, pero sus procesos esenciales son intelectuales, independientemente de la técnica usada.

Finalmente una profesión es una hermandad, casi una casta. Las actividades profesionales son tan precisas, tan absorbentes, tan rica en deberes y responsabilidades que tienden a absorber todo el tiempo e interés de sus miembros. Por supuesto no todos los miembros de las profesiones aceptadas están a la altura de lo estándares que acabo de indicar; pero eso son sus fallos personales. No es el fallo de la ley o la medicina si un abogado o un médico es un mercenario.

Otros autores importantes por ejemplo fueron  los ingleses Alexander M. Carr-Saunders y Paul A. Wilson que en 1933 publicaron un volumen describiendo las profesiones británicas que sirvieron de base para el capítulo Professions de la Encyclopaedia of the Social Sciences en 1934.

[…] «profesionalismo» –los estándares que los profesionales deben seguir, estándares que fueron desarrollados en un punto para una profesión y en posteriormente para otras. La medicina fue una de las primeras profesiones en materializar y manifestar estándares de grupos que pueden servir de modelos para otros profesionales.

Carr y Wilson hicieron notar que una de las características de las profesiones es un tendencia a crear asociaciones, y citaron a los craft-gilds como uno de los primeros ejemplos de asociativismo profesional.

Talcott Parson en Remarks on Education and the Professions (en International Journal of Ethics) describe a la profesión en términos simlares a Flexner y además:

[..] de tendencia universalista e independiente en la sociedad, o sea, independiente de otros grupos étnicos o geográficos o de asociaciones vecinales […] los profesionales tiene objetivos de reputación y honor.

Logan Wilson en 1942 describió a los profesionales también de forma similar a Flexner además de otras descripciones funcionalistas:

[…] con entrenamiento especial […] operan bajo sus propias interpretaciones del conocimiento, […] interés personal limitado y con obligaciones hacia la profesión y los clientes.

Hay una cita muy conocida –y aseguran que es la más citada– de Francis Bacon, que la pongo en inglés para no arruinarla:

I hold every man a debtor to his profession; from the which as men of course do seek to receive countenance and profit, so ought they of duty to endeavor themselves, by way of amends, to be a help and ornament thereunto.

Se puede decir que hay un consenso general sobre qué es la profesión: conocimientos amplios de un campo, trabajo intelectual y un límite autoimpuesto del interés personal a favor del interés social. Estos conceptos están reflejados en todos los códigos deontólicos, incluso en los de informática propuestos por la ACM o en las genéricas para las ingenierías de la IEEE.

Cómo llegamos a la universidad moderna

Escuela de Atenas, fresco de Rafael.

Escuela de Atenas, fresco de Rafael.

Las razones anteriores no son las únicas por las que cité al controvertido Flexner. Se dice de él, por ejemplo, que anticipó correctamente que la «lucha académica» sería de trincheras, pero que luchó en la trinchera equivocada. Pero como dice una frase atribuida a Francis Bacon «es más probable que la verdad surja del error que de la confusión».

Lo cito también porque tuvo una gran influencia en el modelo de la universidad moderna, en contra de la opinión mayoritaria de su época –finales del siglo 19, principios del siglo 20–. la que une investigación en ciencias, enseñanza y entrenamiento de alto nivel, trabajo conjunto de graduados con profesores y el compromiso con el «descubrimiento intelectual». Tiene una frase que define sus ideales –se definía así mismo como un idealista pragmático– de una universidad:

Una institución conscientemente dedicada a la búsqueda del conocimiento, la solución de problemas, la satisfacción crítica de los logros y el entrenamiento de muy alto nivel.

Todas las universidades europeas públicas –también las españolas— y norteamericanas han adoptado este modelo básico propugnado por Flexner. Así que no sólo le debemos algunos de los principios de las profesiones modernas, también el modelo de universidad que nos da el título profesional.

Estas pequeñas historias que acabo de contar evidencian que el camino para definir lo que hoy conocemos como «profesión» no ha sido un camino corto ni fácil.

Heloïse et dAbélard

Heloïse et d'Abélard

La universidad comenzó su camino hace casi 2.400 años en un naranjal de Academus, donde Platón montó su Escuela de Atenas, luego en las universidades medievales, y que tuvo otro hito importante en el siglo 11 cuando el malogrado filósofo y monje –fue literalmente castrado por haber tenido un hijo con su alumna Heloïse, sobrina de su mecenas– Pierre Abélard creó el primer campus universitario moderno autónomo llamado «Universitas» en las afueras de París… básicamente para huir de la censura de la iglesia y las quejas de los vecinos burgueses por lo ruidos y borracheras de los estudiantes. Pero no fue hasta entrado el siglo 20 que se acabó de definir el modelo de universidad en el que estudiamos.

La profesión, y conceptos fundamentales como días laborables y de descanso, comenzaron su andadura en el siglo 11. Lo que comenzó como un interés asociativo para mejorar los «oficios», prestar servicios sociales a sus trabajadores y luchar contra los poderes feudales luego se convirtieron en grupos nepóticos, de presión política, control del mercado y que generaron las primeras «revueltas sociales» en la naciente Europa de los estados.

Pasaron casi 600 años para que ese poder de los estados conjugara un nuevo modelo de universidad –investigación más enseñanza de «profesiones»– con conceptos modernos de profesión como una formación de alto nivel y compromiso ético con la sociedad. En Europa además la universidad es hija directa de unos de los primeros «actos solidarios» de los nuevos estados europeos: la biblioteca pública. Por ello es que podemos disfrutar de educación pública financiada por el estado –es decir, de toda la sociedad–.

No sé si los que me lean apreciarán las –desde mi punto de vista– estrechas relaciones entre la historia de la profesión y el origen del modelo de universidad española y europea. Igualmente creo que es interesante y divertido conocer el porqué somos como somos, el porqué hacemos lo que hacemos y el porqué tenemos determinados compromisos éticos que cumplir para que lo que somos y hacemos adquiera sentido y justificación.

Lectura recomendada:

Abraham Flexner, Clark Kerr. Universities: American, English, German.

Colegios, regulaciones y huelga

Este apunte es resultado de largas reflexiones y lecturas originadas por la tristeza que siento al ver que mis colegas y futuros colegas –quizás algunos de ellos alumnos míos– en unas horas estarán en una huelga. Pero no es la huelga en sí lo que me entristece, sino las razones esgrimidas, las noticias falsas, manipulación y FUD que se divulgó para movilizar a los alumnos desde los colegios y desde instancias estrictamente académicas. Incluso con decanos promoviendo y presionando a estas movilizaciones –como me han dicho ocurrió en la UPC–.

No puedo agregar mucho más al tema, porque ya expliqué y razoné todo lo que pude en apuntes míos que ya cumplieron casi dos años.

Por ejemplo en Monopolios legales a cambio de nada (25 de diciembre de 2006) explicaba muy suscintamente el porqué creía que el planteamiento de colegios era sólo para obtener los beneficios de monopolios legales sin ofrecer a la sociedad nada a cambio que justique estas medidas excluyentes. Dos días más tarde, ante el debate generado, escribí Los falaces argumentos de los colegios oficiales (27 de diciembre de 2006) donde exponía razones éticas y técnicas detalladas punto por punto de por qué no encontraba razonable a las justificaciones para la creación de colegios informáticos. En  Respuesta –y última– a ingenieros de primera (28 de agosto de 2007) respondía punto por punto a las respuestas que me había escrito el responsable del ya desaparecido sitio «ingenieros de primera» (además es «autoridad» de un colegio informático).

En todos estos apuntes intentaba balancear y justificar la visión «ética» con las «técnicas». Es por ello que aunque ya lo había mencionado volví a escribir otro apunte reciente “La regulación no será efectiva para atacar los problemas de calidad y fiabilidad del software” (10 de noviembre de 2008) explicando las razones de mi oposición a la regulación desde una perspectiva más técnica usando como evidencia estudios específicos de la ACM, la asociación de mayor prestigio en informática (la que entrega nuestro Nobel, los premios Turing) que también se posicionó en contra de regulaciones. En dicho apunte ambién desmentí y expliqué las informaciones falsas y sensacionalistas que se publicaron en el web del Colegio de Informática de Andalucía con el único objetivo de crear miedo, dudas e incertidumbre –FUD– para movilizar a los alumnos a favor de sus intereses.

A esos apuntes cabe agregar también cientos de comentarios míos intentanto aclarar, matizar o corregir en aquello que me había equivocado. En todos ellos creo que se puede observar una línea bastante coherente, razonada y estructurada de por qué no creo que los colegios y regulaciones beneficien en nada –sino lo contrario– a nuestra profesión, profesionales y la «ciencia».

También se puede observar en ellos una crítica no a los colegios informáticos per se, sino que consideraba un grave error las razones fundamentales esgrimidas para su justificación:

  • La exclusión injusta, innecesaria y elitista de «evitar el intrusismo».
  • Porque esa pretendida lucha contra el «intrusismo» es inefectiva sin regulación. Además la regulación otorgaría más poderes a los colegios y por ende a sus «autoridades». Estaba meridianamente claro desde un principio que reclamarían la regulación de la informática, como ha ocurrido.
  • La invención de un «enemigo común» –al peor estilo patriotero— contra el que luchar, los telecos, basadas en atribuciones de una ley de 1971 que ni siquiera menciona la palabra informática o software.
  • La falta de motivaciones profesionales que sí justificase la existencia de los colegios, como la mejora de la educación, colaboración en mejorar los planes de estudios para equiparanos con las mejores universidades del mundo, la mejora de la situación empresarial local, la creación de una «industria» de software casi inexistente, la elaboración de certificaciones de prestigio inclusivas que permitan mejorar la «praxis» y servir mejor a la sociedad sin excluir a nadie.
  • La falta de colaboración con asociaciones locales anteriores y de prestigio  (como ATI, que también se oponía a la creación de colegios) o de otros países europeos.
  • La carencia de propósitos de inclusión de profesionales de otros campos con conocimientos y experiencias demostrables en ingeniería informática.

No siempre me limitaba a hablar hechos y argumentos racionales. A veces también cometí el pecado de hacer futurismo.

Dije varias varias veces que «lo que mal empieza peor acaba». Así veo que hoy no se ha hecho casi nada en la «mejora profesional», sino que se dedican al lobby para aumentar su poder –vía regulaciones–, se recurre al alarmismo y noticias falsas desde un colegio, y a convocatorias de huelgas «anónimas» apoyadas por todos los colegios. Si a eso le sumamos sucesos bastantes graves –como tener el Colegio de Balears intervenido judicialmente– creo que se confirma mi pronóstico: como «profesión» representada por «colegios» estamos mucho peor que antes, no estamos dando precisamente una buena imagen (me viene a la memoria lo que la gente opinaba de las huelgas de los pilotos de SEPLA/Iberia). Todo este deterioro ha ocurrido en menos de dos años, es muy difícil hacerlo peor.

Lo que pide el CODDI

Hay algo que me entristece aún más: el comunicado del CODDI del 16 de noviembre. En él desmienten –otra vez– el sensacionalismo y FUD que se había generado (ese «fuego» estuvo alimentado por el oxígeno que les dió el CODDI al reclamar y publicar informes donde reclamaban al Ministerio la regulación para la ingeniería so pena de «quedar en desventajas ante otras ingenierías») pero insisten otra vez en reclamar al regulación.

Ya es triste que desde la «academia» se reclamen regulaciones en contra de lo que sucede en Europa, de informes de reconocidos académicos y profesionales, de las nuevas directivas de servicios y atribuciones de la UE que habrá que trasponer a la ley española (el anteproyecto), de informes de la CNC, de la historia de las profesiones y nuestras universidades sin dar argumentos sólidos –ellos saben perfectamente que les corresponde la «carga de la prueba»– que justifiquen esa regulación.

Pero es aún más triste que en ese informe pretendan presentar como evidencias que sustentan sus argumentos a evidencias que en realidad los invalidan. Por ejemplo citan a los cientos de miles de servidores de Google, pero no se han percatado que:

  • Google nació y fue desarrollado en un estado y país donde no hay ningún tipo de regulación informática.
  • Que los conocimientos para desarrollar y gestionar toda esa red de servidores y software no lo tiene una persona que recién acabó su ingeniería, sino que hace falta más estudio –eso que también reclaman, la «formación continua»–, especializaciones y un grupo enorme de gente que sea capaz de hacerlo colectivamente –no en vano Google contrata a los mejores doctores e ingenieros del mundo–.
  • Que aunque los conocimientos fundamentales sí se estudian en la universidad –por ejemplo algoritmos distribuidos– hace falta mucha «práctica y experiencia profesional», además de un grupo variado para diseñar y desarrollar un Google FileSystem, BigTables, sistemas de traducción automática con métodos estadísticos, etc. etc.
  • Que para mantener en marcha esa red Google no contrata sólo a ingenieros informáticos, sino a las personas que considere más adecuadas independientemente del título. Parece que no les va tan mal.
  • Que esa inmensa red de ordenadores y software también tiene bugs y caídas a pesar de que aplican los métodos más avanzados, meticulosos y exhaustivos –como el source code peer review–.
  • Que hace diez años no existían esos tipos de redes –ni nos imaginábamos– por lo que siguiendo la misma lógica falaz, un ingeniero que haya acabado la carrera antes de 1998 no podría trabajar en empresas como Google ya que «la informática ha cambiado mucho».
  • ¿Qué porcentaje de alumnos terminan trabajando en empresas y sistemas como las de Google? ¿de qué les valdrá la regulación si para hacerlo se tienen que ir a ciudades como Montain View, Nueva York, Londres, Dublin o Stuttgart situadas en países que ni se plantean una regulación?

También hacen afirmaciones que contradicen lo que piden, por ejemplo:

la informática es un campo relativamente joven comparado con el resto de ingenierías y en relación a su origen de carácter científico

que es justamente una de las razones que la ACM y yo mismo esgrimimos para justificar que no es deseable ninguna regulación:

El Consejo de la ACM concluyó que nuestro estado del conocimiento y práctica es demasiado inmadura para brindar tales seguridades.

Sigue la frase anterior con otra que vuelve a refutar sus reclamos:

Sin embargo, su aplicación cada vez más extendida en todos los ámbitos y su complejidad cada vez mayor han hecho que el desarrollo de un sistema informático pase de ser una actividad cuasi científica o incluso artesanal a ser una labor de ingeniería […] Actualmente, con la capacidad de cómputo de los ordenadores existentes la complejidad de los sistemas informáticos  ha  crecido  enormemente  y  su desarrollo  requiere  frecuentemente la participación de cientos o miles de personas.

El hecho que esté tan extendida –y por lo tanto «transversal» obligatoriamente– ya dificulta la definición de atribuciones específicas sin que se cometan errores muy gruesos que afectarían negativamente a la calidad de nuestros «productos» y servicios. El hecho que además sea «compleja» lo empeora aún más.

Los sistemas informáticos son sistemas muy complejos, ante una mínima variación, error o entrada no prevista puede generar resultados inesperados –algo que sabría cualquiera que haya leído un poco de sistemas complejos–. Por eso es que Microsoft, la empresa más grande del mundo, la que más invierte en desarrollo, la que más factura en venta de software y la que tiene los mejores y más caros procesos y técnicas de diseño, desarrollo y validación sea incapaz de proveer software sin bugs muy importantes.

La razón es simple: la complejidad, con sus trillones de combinaciones posibles de los elementos independientes que escapan al entendimiento humano y las herramientas de verificación y validación que hemos desarrollado hasta ahora. Por eso es que las licencias de software –las de Microsoft, Oracle, Linux o MySQL– incluyen una cláusula explícita que no se hacen responsables de los fallos y daños producidos por el malfuncionamiento de sus programas.

Quizás yo esté equivocado, quizás Microsoft no sea tan bueno como dicen algunos y en realidad sí hay herramientas que impida que ocurran fallos. Quizás los decanos las conozcan, pero aún así me pregunto cómo seríamos capaces de hacernos responsables de sistemas desarrollados por nosotros que dependen y ejecutan sobre 50 millones de líneas de código de programas de terceros desarrollados en países que no tienen regulación y no son capaces de asegurar que no tendrán fallos importantes.

Pero aún cometen otro error grave. Muchos de esos decanos y directores de escuelas que firman el documento no son ingenieros informáticos, algunos son telecos, otros físicos, otros matemáticos. Si se aplicasen la misma lógica ellos no podrían ser directores de escuelas y facultades de informática. Pero saben que esa variedad es posible, deseable y necesaria en la universidad aunque la profesión que enseñan sean regulada y con atribuciones específicas. ¿Por qué piden para sus «profesiones» regulaciones que saben serían perjudiciales para sus facultades?

Voy a explicar los que son los motivos reales, algo que lo dirán en petit comité con personas de confianza, pero que nunca lo reconocerían públicamente.

Los decanos y directores que más fervientemente pretenden la regulación son los que tienen una escuela de telecos al lado. Su temor es que los los telecos les quite alumnos ante la percepción de que sea mejor ser telecos que informático. Esa es la única razón de peso por la que piden la regulación, pero usan argumentos maniqueos sólo por intereses egoistas y corporativos.

No sé de dónde sacan ese miedo y si es real. Algunos de ellos afirman que en las grandes empresas se ven a muchos jefes telecos tomando decisiones y ejerciendo de informáticos. No sé si es por preferencias de las empresas, porque son mejores informáticos –lo dudo– o simplemente por cuestiones estadísticas, históricas y de relaciones humanas ente los «antiguos» jefes telecos –de cuando no había informática– con los nuevos ingenieros de su misma rama.

De todas formas, aunque tengan razón y los temores esten justificados deberían haber reflexionado hace tiempo en qué deberíamos haber hecho para hacer crecer y definir nuestra profesión, son los que mejor pueden hacer esta tarea. La historia del señor Abraham Flexner es un buen ejemplo de cómo luchar en contra corriente para elevar el rango de una profesión. Se podría haber aprovechado el Plan Bolonia –nos han puesto patas para arriba– para dar un salto cualitativo, pero casi que pasa lo contrario.

Me parece que con tantos comunicados y reclamos han disparado contra nuestros propios pies.

De esos reclamos egoistas hemos llegado a una huelga bastante rara que no creo que mejore la imagen que tiene de nosotros la sociedad o las empresas. Incluso apuesto que llegará un día no muy lejano que algún político les conteste lo siguiente –aunque de forma mucha más diplomática de la que yo podría decirlo–:

Señores decanos y catedráticos, aunque muchos sólo verán el dedo y no lo que apuntan, la sociedad os necesita, pagó vuestra formación y ahora vuestras nóminas para que miréis las estrellas y nos enseñéis como llegar a la luna. No para que apuntéis al suelo, generéis una batalla de patio de colegio y luego nos pidáis que vengamos los políticos a marcar territorios para arreglar el desaguisado. Así nunca saldremos del lodazal.

Fin

Estimado lector/comentarista.

Estas son mis opiniones y reflexiones. Por supuesto que creo que tengo razón, por eso las escribo (y porque quiero que se tenga un punto de vista diferente al que se está divulgando con tanto empeño). Pero eso no significa que me considere el poseedor de la verdad, todo lo que digo podría ser falsable o erróneo, por eso intento argumentar con ladrillos infumables como este que al final nadie lee. Como dijo Bacon, «la verdad surge del error no de la confusión».

Como ya dije casi todo lo que puedo decir y ya perdí mucho tiempo en plan quijotesco, te pediría que si vas a decir algo antes leas el apunte aunque sea un puñetero ladrillo. Si aún así vas a escribir, que no sea una pregunta que necesite mi respuesta –intentaré no responder nada– y preferiblemente que sea una reflexión calmada y argumentada.

Leí muchísimas opiniones a favor de colegios y regulaciones, también discutí muchísimo –demasiado– así que no creo que un comentario me haga cambiar de opinión, al menos no en un corto plazo de tiempo. Si lo que pretendes es dar al lector una visión diferente a la mía, piensa que también las han leído, y que quizás sea mejor poner un enlace donde estén bien explicadas antes que volver a escribir una y otra vez sobre lo mismo.

Por mi parte, me consideraré satisfecho con que haya un sólo alumno o colega que considere razonable lo que digo. Si no pasa tal cosa tampoco es tan grave para mí. Seguiré orgulloso y satisfecho de ser informático. En el peor de los casos sólo tendré que desempolvar mis títulos para colegiarme, aunque luego me parece que iré siempre avergonzado por lo que fuimos capaces de hacer «en nombre de la profesión.. y unas pocas plazas»  😦