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Me toca dar la brasa a conocidos y amigos, antes a mi admirado Casciari, ahora a No es tan sencillo como pagar o no pagar. It’s the economy, stupid de Enrique Dans. Pero es que desde mi punto de vista equivocado.

No es la «economía»

En primer lugar recurre a la frase «It’s the economy, stupid» de la campaña electoral de Clinton. Fue usada para contrarrestar el enorme prestigio que tenía Bush padre por el fin de la guerra fría y el «triunfo» de Irak/Kuwait contrarestándolo con la recesión  provocada por las medidas neoliberales que venían de la época de Reagan. Esta misma frase podría haber sido usada por un partido Trotkista, los demócratas, los republicanos, el PP, el PSOE o IU.

La «economía» es un concepto que involucra las relaciones  sociales relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. La economía existe independientemente del modelo que se aplique para lograr esos objetivos [de la forma más «eficiente» como se autojustifica el capitalismo, o de la forma más «justa» como se justifica el socialismo], la economía existía en la URSS, en EEUU, Cuba o Corea del Norte.

Por sí misma no significa nada, al menos en este contexto, por lo que a efecto de los argumentos es una soporte lógico falaz, populista y superficial. En realidad cuando EDans dice «es la economía estúpido» está queriendo decir es el capitalismo libre mercado, estúpido. Sobre esto, más adelante.

El abuso de la analogía

Luego recurre a otro argumento falaz por un abuso de la analogía. Me refiero a la del grifo y el agua embotellada. Es verdad que lo de las tuberías es una buena analogía, si no se sobrepasan los límites.

Esos límites se han superado porque la analogía no es correcta si se trata de analizar la producción cultural y las posibles subvenciones. En primer lugar porque el agua es un bien físico –que no intelectual– y cuya disponibilidad no se extinguió al instalarse tuberías, sino que se hizo más cómoda para el usuario final.

Pero no sólo fue una cuestión de comodidad, quizá los fundamental fue un solucionar un problema de interés social: la salubridad de las grandes ciudades (que incluía el tratamiento necesario del agua para evitar las enfermedades y luego el traslado de las aguas residuales). Había un problema social que resolver, que había que dar acceso a la mayoría de los ciudadanos y que no fue un resultado del capitalismo libre mercado [en la URSS también había agua corriente, la calidad de la misma no dependía de ideologías sino de la riqueza] sino de emprendimientos colectivos a través del estado [al menos en la mayor parte del mundo].

La instalación inicial de agua corriente fue muy cara y no tenía los alicientes económicos suficientes para que fuese hecho por empresas privadas. Se necesitó la intervención del estado (aunque la analogía es correcta en el sentido que las «tuberías» de Internet no fueron resultado del capitalismo libre mercado sino de un ambiente académico fuertemente subvencionado).

No sólo eso, cualquier libro de Micro Economía 101 podría explicar que el agua embotellada no es un producto sustituto ni competencia del agua de grifo, son productos en muchos aspectos complementarios. Nadie en su sano juicio lava los trastos o se ducha con agua embotellada. Tampoco nadie se instala un manguera para llevar el agua del grifo mientras sale a correr, mirar tiendas, tomar un café,  o pasear con los hijos por la playa.

Para incidir aún más en la falacia, la distribución de agua -y su complemento obligado, las alcantarillas– no es negocio incluso hoy, y sigue en general en manos del estado y fuertemente subsidiado. Sobre todo en pueblos y ciudades pequeñas. La consideramos como un derecho básico.

El mismo argumento que justifica la existencia de agua corriente sirve perfectamente para justificar la subvención de producción de obras culturales independientemente que se mantenga el negocio del arte vía otros modelos de negocios.

La distribución obsoleta

El problema de fondo cuando se discute los temas económicos, éticos, políticos o de cánon no es el de mantener o no el viejo y obsoleto sistema de comercialización vía la distribución de elementos físicos, sino de cómo asegurar que los autores tengan –o no– una forma factible, práctica y justa de ganar dinero con sus obras.

Tampoco es que la distribuidoras/editoras pretendan seguir con el negico físico, sino simplemente –como explica cualquier libre de Micro Economía 101– que los costes marginales de las obras intelectuales es prácticamente cero, lo que hace imposible que sigan con el mismo modelo de negocio. Sí, es el problema de ellos. Pero no creo que nadie –salvo quizás la ministra, la SGAE o los «artistas ignorantes– confundan «subvención cultural = mantener el viejo sistema de distribución».

No es éste el dilema. No hay que confundir ni parecer confundidos, que sólo debilita nuestros argumentos.

Las leyes de propiedad intelectual

Coincido plenamente con Enrique en que las leyes de propiedad intelectual hay que re-escribirlas, re-pensarlas y adaptarlas a la realidad. No son justas, ni prácticas –condición necesaria para toda ley– ni favorecen la economía ni la producción cultural.

Pero discutir una forma de financiación de los autores no significa aceptar las leyes actuales ni pretender que se endurezcan. Más bien es un tema distinto y corresponde a otra estrategia paralela. Es un tema diferente porque por un lado se discute de temas de libertad individual e interés social, por otro un tema estrictamente económico.

Lo que pasa es que las leyes de propiedad intelectual tan draconianas que tenemos son un by-product del capitalismo libre mercado. Y aunque las justificaciones de éstas se parecen a la del comunismo –el interés del estado, i.e. una élite, en contra de la libertad indivual–, sus origen es la cuna del capitalismo libre mercado, primero UK, luego la asociación europea de editores –presidida por Victor Hugo– que logró la firma de la Convención de Berna y ahora afuertemente presionado por EEUU y países alíados.

¿El capitalismo libre mercado no tiene ninguna responsabilidad a este problema? Claro que sí: favorecen el interés de corporaciones y minorías con dinero y lobbies poderosos. Más al final.

De todas formas, solucionar el problema de la financiación de los autores quitaría el argumento para sostener y empeorar las actuales leyes de propiedad intelectual (que en EEUU son aún peores que en España, allí –exponente del capitalismo libre mercado y libertades individuales– ni siquiera existe el derecho a copia privada). Una vez solucionado este problema podemos continuar y mejorar el de la ley, tendremos mejores argumentos.

Hay que pensar en proyectos a corto plazo que sustenten a otros de más largo plazo. La urgencia ahora mismo es evitar que nos empeoren la ley basados en argumentos económicos –tan falaces en uno como otro sentido–.

La dicotomía que se presenta ahora mismo es: ¿menos libertad individual o subvenciones? Yo creo que pueden existir alternativas de pago viables sin necesidad de recurrir a subvenciones, pero no se me ocurre cómo a corto plazo (lo de los micropagos es muy poco práctico), así que visto lo visto, me decantaría por la libertad individual a cambio de un coste y distribución razonable sin olvidar los objetivos a largo plazo: estas leyes de «propiedad intelectual» son contradictorias desde su propio nombre.

Las subvenciones se negocian en cada presupuesto, las leyes no

Cambiar las leyes es bastante más complicado que cambiar las partidas presupuestarias para subvenciones. Además las leyes afectan a la vida privada de las personas, tanto que nos podrían convertir en delicuentes putativos si le agregan un par de líneas a la actual ley de propiedad intelectual. En cambio las subvenciones sólo afectan al dinero, se negocian y pueden cambiar –o eliminar– de un presupuesto a otro, lo puede hacer cualquier gobierno o mayoría sin demasiadas complicaciones.

¿No es mejor reducir el problema de «ley» a uno sólo de «subvenciones? Yo creo que es lo que toca y deberíamos haberlo hecho hace tiempo para enfocar mejor el problema.

Con la ventaja adicional que luego veremos realmente quién necesita subvenciones y quién debería cobrarlas. No creo que ningún ministerio o Parlamento vea con buenos ojos que un artista que gana millones de euros por año además debe ser subvencionado con fondos públicos –que es lo que está pasando ahora–. Además, teniendo el dinero en el presupuesto quizás ese les ocurra a los políticos que es mejor dar ese dinero a los pequeños artistas –de bares, barrio, de Internet, de Youtube– que a los socios de las gestoras.

También puede ocurrir lo siguiente. Cuando los políticos tengan en sus manos las cuentas claras y vean que la industria musical y del cine española recibe más subvenciones del volumen de dinero que facturan quizás se den cuenta que todo esto es una estafa a los ciudadanos. Y quizás se empezarán a preguntar cómo es que en la India mantienen un negocio del cine con más películas (unas 900 al año) que Hollywood (poco más de 600), o cómo hacen en Nigeria para mantener un negocio del cine que produce el doble de películas que Hollywood y un 30% más que la India (unas 1200 películas al año). [Nota: ver documental enlazado al final para tener pistas]

No sé, pero la sóla idea de lo que puede pasar es al menos intrigante.

El capitalismo libre mercado

El argumento de fondo de Enrique es que se trata sólo de un problema que debe resolver el mercado.

Es verdad que el cánon o las subvenciones están en contra de los principios teóricos del libre mercado. Pero eso no es lo peor, el copyright y patentes también son contrarios, como lo son las regulaciones empresariales, las leyes anti monopolios, los impuestos que pagamos para las obras públicas, las mismas obres públicas, la regulación bancaria… etc. etc.

Me parece que con la enorme crisis que estamos pasando ahora –generadas por el «libre mercado» financiero e inmobiliario sin las regulaciones necesarias– a nadie se le ocurriría argumentar que todo lo arregla la mano invisible del mercado. Creo que está más que demostrado y que recurrir a este cliché no deja de ser eso, un cliché, un mantra falaz, superficial y/o completamente ciego de lo que está pasando.

Pero aún más. Enrique, te has alegrado de las multas por abuso de monopolio a Microsoft. Eso tampoco es de capitalistas teóricos del libre mercado, lo que entra en contradicción con tus argumentos actuales.

No sólo eso. Como dije antes Internet no es resultado del libre mercado, todo lo contrario. Ni AT&T ni las empresas informáticas y de telecomunicaciones estaban interesadas en montar una red abierta. Ésta surgió de la comunidad científica –que no es la mejor exponente del capitalismo– y creció gracias a que fue subvencionada directamente hasta que la administración Clinton –en 1993-1994, la misma que usó lo de «es la economía estúpido»– deciden dejarlas en manos del mercado… que es cuando empezaron las problemas a medidad que se extendía el uso. ¿Recuerdas cuantos años pasaron de su «privatización» hasta que aparece el caso Napster que nos trajo hasta a una Internet más popular y accesible pero menos libre de lo que era entonces?

Curiosas paradojas, ¿a que sí?

Lo bueno de eso es que ahora muchos, tú también, reclamamos la neutralidad de la red vía leyes y regulaciones. ¿Y acaso eso es coherente con el  capitalismo libre mercado teórico?

Otra muestra de que el mercado no soluciona todo, y que no sirve como argumento de fondo.

La reciente resolución del «mercado»

Todo lo anterior puede sonar a perogrullada de talibán utópico izquierdista que usa argumentos off-topic para justificarse. Vale, acepto pulpo.

Veamos la última medida del capitalismo libre mercado que saltó a las noticias desde ayer: Telefónica, Orange, ONO y Vodafone –los mayores ISP, que cubren más del 95% de las líneas de banda ancha– han acordado que van a impedir el acceso a los sitios de intercambios de ficheros.

Una perfecta muestra de cómo resuelve el problema el capitalismo libre mercado. Supongo que cuando reclames que el estado intervenga para impedir semejante abuso releas tu apunte 🙂

Posdata

El apunte anterior ¿La ética o la economía? lo escribí sin haber leído este apunte de EDans–ni siquiera sabíaque había respondido–. Pero insisto, este tema no es un tema estrictamente económico o de libre mercado. Se trata de los valores que consideramos básicos e innegociables de la cultura occidental –muchos de ellos expresados en la carta de los derechos humanos–: justicia, solidaridad, autonomía y libertades individuales, diálogo, respeto a la diversidad. Es decir, se trata de un tema ético –libertades e interés social– y como tal debería ser planteado.

Como tal la pregunta debería ser:

¿Es justo que sin diálogo y por los intereses de una minoría insolidaria se elaboren leyes que restringen las libertades individuales? ¿Es además justo que se distribuya dinero público a una élite autodenominados «creadores» y que no respeta la diversidad creativa de una inmensa mayoría?

Las respuestas a estas preguntas basadas en valores que tenemos asumidos seguramente nos llevará a soluciones mejores y a más largo plazo.

PS2: Recomiendo un documental recién salido del horno y doblado al catalán y emitido por TV3 el pasado 18 de abril: Un manifest del remix.