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Esta tarde Carlos Sánchez Almeida dará una conferencia en Palma y me han pedido que le haga la presentación. Nunca me gustó demasiado lo de leer un curriculum resumido, no explica todo de la persona. Tampoco en este caso explica nada de un tema complejo y amplio, para una audiencia que quizás ni siquiera lea blogs. Así que preparé una introducción algo especial y desde el punto de vista de un informático cada vez más convencido de que el mejor invento humano es la ciencia.

Este acontecimiento, con la presencia de este reconocido abogado es muy especial para mí, y espero que para todos vosotros. Disculpadme el atrevimiento de robar unos ocho minutos a la conferencia para intentar resumir una perspectiva del tema que nos trajo aquí.

Este año celebramos los 150 años de la publicación de un libro que cambió radicalmente la forma en que veíamos al mundo, y a nosotros mismos. Me refiero a “El origen de las especies”, de Charles Darwin. Con él aprendimos que la evolución fue –y es– una lucha cruenta y sangrienta por la supervivencia. Aquellos individuos que sobrevivían más tiempo eran los que más se reproducían, transmitiendo así sus pequeñas ventajas genéticas a sus descendientes. Cien años después, también aprendimos que esos genes no son más que pequeñas unidades básicas –bits– de información.

Investigaciones posteriores descubrieron que, a diferencia del resto de las especies, los humanos no respetamos la Teoría de la Evolución, ni al “egoísmo de los genes”, como lo describió Richard Dawkins. Usamos anticonceptivos que nos permiten disfrutar del sexo sin reproducirnos, o nos dedicamos a otros proyectos que no aportan a la “supervivencia”. Hacemos arte, música, ciencia, deportes, nos preguntamos del origen del universo, del sentido de la vida, intentamos ser buenas personas, cuidamos y protegemos a los débiles y enfermos aunque no sean parientes cercanos. Nuestra organización social es diferente, y quizás única en el universo.

Los científicos que estudian estos “extraños” comportamientos humanos nos explican las razones, hemos sido capaces de comunicarnos, de compartir información sobre nuestros deseos e intereses, de cultivar la empatía. Así pudimos establecer objetivos colectivos a corto plazo, en beneficio de otros a más largo plazo.

En 1948, Claude Shannon, un científico contratado por la AT&T para investigar cómo aumentar el número de comunicaciones por los cables telefónicos, publicó el artículo “Una teoría matemática de la información”, que dio origen a lo que hoy conocemos como “Teoría de la Información”. Ese modelo –de origen y objetivos aparentemente modestos– permitió avances radicales en la transmisión y codificación de datos. Es la base de todas las comunicaciones modernas: la radio, televisión, satélites, teléfonos, Internet…

Pero la utilidad y generalidad de la teoría de Shannon no deja de sorprender a la comunidad científica.

Seth Lloyd es un prestigioso investigador de un área diferente, la mecánica cuántica. En 1993 descubrió una forma práctica de construir ordenadores cuánticos. Como todo gran científico, también se preguntaba sobre las “leyes del universo”, por lo que comenzó a trabajar en una nueva “teoría unificadora” que pudiese explicar el universo sin necesidad de recurrir a modelos diferentes según la escala. (La de Newton para nuestra vida en un entorno físico limitado –el mundo medio–, la de Einstein para las grandes escalas o la cuántica para explicar el mundo subatómico.)

Lloyd y otros científicos reconocieron que el universo está compuesto de bits de información, que cada partícula –electrones, átomos, moléculas…– registran esos bits. Así, el universo no es más que un ordenador cuántico gigante, que se procesa a sí mismo. Como tal, una teoría de la información generalizada podría ser capaz de explicarlo.

Aunque genera controversias y todavía está en un estado muy primitivo, ya han obtenido resultados parciales espectaculares que explican fenómenos antes misteriosos. Desde cómo influyen los catalizadores en las reacciones químicas, el proceso de las mutaciones genéticas, o cómo se explica la aparición de la vida (con el equivalente de millones de monos, escribiendo caracteres aleatorios… pero en un intérprete de programas informáticos).

En este modelo, el lenguaje humano también fue el que marcó la diferencia entre nosotros y otras especies. A medida que las sociedades se hicieron más complejas tuvimos que desarrollar nuevos métodos de comunicación, que a su vez realimentaron la complejidad de la sociedad. Así aparecieron entidades abstractas –sólo conformadas por “información”– que parecen tener “vida propia”: las religiones, la democracia, el capitalismo, el comunismo, la política…

Es emocionante –sobre todo para un informático– ser testigos de esta paulatina aunque acelerada convergencia de teorías hacía la “información” como núcleo. No me cabe dudas de que Darwin y Shannon estarían muy asombrados de la evolución de sus “modestas” teorías.

Ambos coincidirían que Internet, el web o el P2P son avances tan lógicos como necesarios en una sociedad cada vez más diversa y compleja. Además, cualquier científico estaría de acuerdo en que no podemos siquiera imaginar los usos y desarrollos futuros de estas tecnologías.

Pero al mismo tiempo que festejamos el año de Darwin, estamos presenciando las embestidas más violentas contra el intercambio de información, Internet y el P2P: la guerra del copyright. No veréis a científicos o filósofos prestigiosos apoyando esta escalada, todo lo contrario. Pero estamos en un país y cultura donde los políticos y legisladores ignoran la opinión de la comunidad científica, a la par que escuchan y defienden el modelo de negocio de unos pocos ramoncines y bisbales.

Si me permiten abusar, aunque no demasiado, de las analogías con la informática, explicaré brevemente la diferencia fundamental entre los legisladores y académicos versus los jueces y abogados.

Los primeros son los que elaboran las leyes, para ello tienen que plantearse cuestiones filosófica-éticas y valores que consideramos innegociables: autonomía del individuo, respeto a la diversidad, el diálogo, y la justicia como el adecuado balance entre el individualismo y el interés social. Así es como elaboran el “código”, las reglas o programas de la sociedad –tal como lo describe el Catedrático de Derecho de la Universidad de Stanford, Lawrence Lessig en su libro “El código es la ley”–.

Por otro lado, la función del sistema judicial es ejecutar ese código, es la CPU del sistema. Los jueces y abogados deben limitarse a interpretar literalmente las instrucciones del programa.

Pero es una explicación demasiado simplista, existe una disfunción importante. El “módulo” que debería reflexionar sobre cuestiones éticas en algunos casos son meros ejecutores de las instrucciones de una minoría. Que paradójicamente y por desinformadas, nunca llegarán a comprender en su totalidad la artística belleza y profunda humanidad de teorías como la de Shannon o Darwin.

Afortunadamente hay personas que aunque no provengan de la comunidad científica, y quizás sin saberlo, defienden las mismas ideas. Pero no es casualidad. Las reflexiones éticas, lógicas, informadas y rigurosas que comparten los mismos valores suelen llegar a las mismas conclusiones.

Decía que afortunadamente tenemos prestigiosos abogados como Carlos Sánchez Almeida –o sus colegas Javier de la Cueva y David Bravo– que no sólo se limitan a ser intérpretes de un código plagado de injustos bugs, agujeros, indefiniciones, también reflexionan sobre temas éticos, históricos y de valores. Dado que son capaces de hablar el lenguaje que supuestamente comprenden nuestros legisladores, quizás sean los únicos capaces de re-educarles sobre la importancia de volver a la reflexión, la ética, la rigurosidad y el interés social.

Por eso no quise limitarme a citar el brillante como extenso currículum profesional y de activismo por las libertades de Carlos Almeida. Sus actividades son mucho más importante de lo que aparentan, o de lo que se pueda describir en unas cuantas frías líneas de un currículum resumido. Por eso mis gracias, mi admiración, y espero que disfrutéis tanto como yo de la conferencia. Estoy seguro que no dejará a nadie indiferente.

Carlos, es un honor. Gracias por estar aquí, y disculpas por robarte unos minutos preciosos.