El razonamiento por analogía es formalmente muy usado en los sistemas legales/judiciales. En general lo usamos para intentar comprender o explicar algo que nos es nuevo o desconocemos. Es una forma de explicar el futuro en el lenguaje del pasado, usar nuestra historia común para interpretar lo desconocido. Este era el fondo del ensayo de Dijkstra que comenté en mi apunte anterior Redescubriendo al Dijkstra provocador 18 años después. Cuando no sabemos enfrentarnos a algo radicalmente nuevo solemos abusar del razonamiento por analogía, lo que a la larga es muy perjudicial ya que no nos permite descubrir la profundiad del cambio.
En general este tipo de razonamiento funciona bien siempre y cuando los cambios sean graduales. Cuando ocurre lo contrario suele provocar desastres intelectuales importantes… incluso legales y judiciales.
Uno de esos desastres legales por abuso de las analogías lo estamos sufriendo en todo el mundo. Se llama «leyes de propiedad intelectual» (que involucran y mezclan cosas distintas como copyright o derechos de autor, patentes, marcas registradas y habitualmente también secretos industriales).
Las primeras normas de copyright surgieron en UK como regulación de empresas [editoras]. Luego el copyright se fue extendiendo cada vez más hasta llegar a igualarse al concepto tradicional de «posesión y disfrute exclusivo de objetos físicos» (la «propiedad»). Cuando todas las manifestaciones de las obras intelectuales debían plasmarse y distribuirse en soportes físicos las leyes funcionaron más o menos bien. Pero cuando ocurrió el cambio radical, ya no era necesario para la creación –ordenadores– ni para la distribución –Internet–, no se abandonó la ya inservible analogía, sino que se la profundizó aún más a costa de elaborar leyes cada vez más ridículas. Así ahora estamos en un sistema que por sí mismo dice favorecer a la cultura, pero sus acciones son todas las contrarias: penalizar y criminalizar su divulgación.
Pero es lógico que ocurra esto. Aunque el discurso que no se cansan de repetirnos esta analogía erróna (usando las palabras como «robo», «propiedad», «piratas»), tiene tan poco que ver una «obra intelectual» con «objetos físicos» y «propiedad» que las leyes basadas en esas analogías sólo pueden ir de mal en peor: códigos penales más estrictos, criminalización de la mayoría de la sociedad, campañas carísimas ridículas y que nadie es capaz de comprender, impuestos disfrazados de tasas y llamados «cánon», etc.
Llega a tanto el absurdo que los gobiernos intentar aumentar las conexiones de banda ancha y el uso de Internet, al mismo tiempo que otro ministerio gasta dinerales en campañas para advertir de los riesgos y crímenes que se cometen copiando música o pelis de Internet… para luego preocupase por qué se está estancando el crecimiento de Internet en España.
Todo este paroxismo sin explicación lógica sólo acabará el día que nuestros políticos, legisladores, jueces y abogados se den cuenta que la analogía no se sostiene porque no hay casi similitudes. En una palabra, sólo cambiará cuando se den cuenta del abuso que han hecho de la analogía.
Por eso es que hay que ir con mucho cuidado con la analogías, es fácil excederse. Volviendo a Dijsktra, esa y la falta de visión para reconocer el «cambio radical» era su crítica de fondo.
Una de sus críticas era la ingeniería de software. De tanto forzar la analogía con las ingenierías tradicionales no somos capaces de descrubir los problemas… ni la potencia de lo que tenemos entre manos. En 1992 Jack Reeves se quejaba de lo mismo, pero en otros términos, sobre la estrechez de mira de la «ingeniería del sofware». No voy a hacer largo mi apunte, recomiendo la lectura de Code as Design: Three Essays by Jack W. Reeves (gracias por el enlace Juanjo Marin). Así se podrá entender la lógica y quizás mejor analogía de considerar al programa final en código fuente como el «documento final del diseño».
Quizás en poco tiempo hayamos olvidado las erróneas analogías del diseño y desarrollo de software con proyectos tradicionales de arquitectura, o las más ridículas de profundizar en el error con las típicas comparaciones «arquitecto-albañil», «médico-farmacéutico». Pero para entenderlo toca releer los ensayos de Dijkstra y el de Reeves. Yo no podría explicar mejor qué tenemos que cambiar –en la ciencia, la docencia y la práctica– para llamarnos realmente ingenieros, o por lo menos para no parecernos a algunos reyes de pollos fritos lloriqueando por seguir anclado en obsoletas analogías 🙂