Por casualidades y azares de la vida (y muy malas decisiones de joven inexperto), antes de cumplir 30 años coordinaba proyectos de I+D europeos de millones de euros (uno de ellos MONALISA, que tuvo mención como el segundo mejor proyecto de I+D del cuarto programa marco de la Comisión Europea), pasaba más tiempo viajando que en mi casa, con discusiones muy duras con investigadores reconocidos y mucho mejores que yo, estaba metido de lleno en el politiqueo y gestión de fondos de investigación. Todo esto me provocó depresiones, y retrasos para acabar mi tesis doctoral y lo que debería ser mi actividad fundamental en esos años: aprender e investigar (de nuevo, meterme en esto tan joven e inexperto fue una de mis peores decisiones profesionales). Me dijeron que sería muy importante para mi curriculum, pero la reforma universitaria del PP del 98 (LRU) dejó todo eso en nada, como si jamás lo hubiese hecho.
Tuve discusiones y peleas infames, directora de tesis que me obligó a sacar agradecimientos a otras personas y poner a ella. Reuniones de grupos de investigación donde se trataba la «expulsión» de un miembro sin que ese hubiese estado invitado. También sufrí mobbing, gente de mi grupo de investigación que se pusieron de acuerdo para no dirigirme la palabra (no sé por qué, todavía), o que me apagaban las luces del laboratorio donde estaba trabajando para que ellos pudiesen ver un vídeo, o que el director de mi departamento haya solicitado al rector que me despidan (tampoco sé por qué, quizás porque un sudaca nuevo en el dept. se resistía a lamer el culo de los «jefecillos»). Millones de líneas de código desarrollado perdidos en un backup porque no hubo acuerdo político sobre los derechos de autor de las organizaciones involucradas. Catedráticos de química que criticaron mi currículum porque no había patentado mis algoritmos, sin importar que no se pueden patentar algoritmos en España, y que yo estuviese radicalmente en contra de este tipo de patentes.
Lo pasé mal y tuve muchas malas experiencias dentro del ambiente académico, pero con el tiempo todo eso me hizo admirar mucho más a la «construcción social de la ciencia». No sólo hemos logrado construir una serie de reglas y procedimientos para crear conocimientos y minimizar los sesgos humanos, a pesar de nosotros mismos hemos sido capaces de construir una comunidad global y colaborativa a gran escala que funciona y se perfecciona. No hay nada mejor que experimentar en primera persona las miserias de esta comunidad para comprender que es casi un milagro que funcione, hemos aprendido a hacerla a pesar de nuestras taras y miserias humanas.
Más allá del mal llamado «método científico» (no hay uno sólo, ni siquiera hay consenso total en alguno de ellos, mas bien son «prácticas», «métodos» y «costumbres»), la ciencia es muy global y su funcionamiento es bastante complejo. Comienza cuando un estudiante quiere dedicarse a la investigación, lo que hace que participe como colaborador o becario en grupos de investigación de su universidad, luego hará cursos de doctorado, conseguirá becas para pasar un tiempo en algún centro de prestigio internacional (es casi condición indispensable para un doctorando), sus directores de tesis intentarán conseguir becas para que pueda seguir investigando en su propio centro, luego de varios años acabará su tesis, conseguirá una beca post doctoral, y si tiene mucha suerte podrá volver en algún momento a su universidad de origen, o conseguir una plaza en algún centro prestigiosos. Pasarán más de 10 años, con salarios ridículos, hasta que pueda asentarse en un sitio y pensar en formar familia.
Mientras tanto la lucha es dura, tendrá que publicar en revistas internacionales de prestigio y colaborar en las propuestas y presentación a concursos competitivos para conseguir fondos para financiar su investigación. Las universidades (especialmente las públicas en Europa y España) no pueden dedicar fondos propios para financiar la investigación, ella depende de becas y concursos a nivel nacional, europeos (son los más) e incluso de otro países (que incluye hasta fondos de proyectos de defensa norteamericanos -DARPA-, que financian hasta proyectos de software libre como OpenBSD o ReiserFS, o Europa que financia proyectos de investigación con China, Sudamérica, países árabes e Israel). Estas ayudas a investigación se suelen dar a consorcios de grupos de investigación de diferentes centros y países, lo que obliga a un gran trabajo de relaciones públicas y coordinación entre ellos (lo que suelen hacer los «directores» o «investigadores principales») para presentar propuestas atractivas y creíbles.
Es imposible hacer investigación de calidad sin la colaboración (científica y de dinero) internacional. Incluso hasta para conseguir una beca hace falta esta cooperación.
Imaginaros que desde España no se tuviese acceso a esa cooperación, ni que se pudiese publicar en revistas internacionales, ni se pudiese invitar a científicos extranjeros… casi inmediatamente sería imposible hacer ciencia, ni siquiera podríamos divulgar y validar lo poco que se generaría al ser imposible acceder a publicaciones de prestigio. Miles de becarios quedarían en la calle, otros cientos en otros países deberían regresar al quedarse sin becas, y los que quisieran seguir siendo miembros activos de la comunidad científica deberían buscarse la vida para emigrar.
Esto no es ciencia ficción, ha pasado en Alemania durante el régimen nazi, y ha sido la propia comunidad científica la que se organizó para romper el «bloqueo» a la ciencia alemana (tal como lo cuenta en detalle Quantum: Einstein, Bohr and the Great Debate About the Nature of Reality para los científicos que estaban trabajando en al incipiente mecánica cuántica). La ciencia, es decir la «generación de conocimiento», es un esfuerzo colaborativo internacional que funciona -casi milagrosamente- a pesar de los vaivenes políticos y sociales.
Lo que acabo de contar es sólo una pequeña parte de la complejidad e interdependencia del funcionamiento de la ciencia, y los problemas y esfuerzos (mal pagados en su inmensa mayoría) que deben superar los que la hacen. Por eso suele ser muy raro que haya consenso cuando se quiere imponer boicots científicos. Se sabe que perjudica a los que más esfuerzos hacen, y que podría ocasionar la pérdida de toda una generación de investigadores en el país afectado.
Cuando leí que una serie de «anónimos», sin experiencia ni conocimiento de lo que acabo de relatar, promovían un boicot científico contra Israel quedé atónito, y muy cabreado.
Sí, fue muy «asertivo» y terminante, pido disculpas si ofendí, pero también:
- Hacer boicots en general es una mala idea si no se conocen sus alcances ni a quién perjudica o favorece,
- hacer un «boicot científico» (con lo que ello podría significar) no sólo es impracticable, es una muy mala idea (como demuestra la historia y la crítica de la mayoría de la comunidad científica a estas propuestas),
- promoverlo en redes sociales sin siquiera explicar qué es lo que se pretende y cómo, es una estupidez,
- que además lo propongan personas que no tienen experiencia, no son partícipes ni conocen cómo funciona la comunidad científica, no se juegan nada (a ellos no les afectaría personalmente), ni siquiera pueden hacer nada (¿qué pueden hacer ellos para el bloqueo? ¿crear hashtags? ¿dejar de respirar?) es una soberana estupidez, un postureo social media populista y de cuñaos muy idiota. Se mire como se mire.
Varios me trolearon respondieron con la «noticia» (de hace un año atrás) de que Hawkins se había unido al boicot académico contra Israel, pero no supieron aplicar lógica básico:
- Hawkins es un científico (además es un outlier, no la media, ni de lejos), por lo que no se cumple la condición de «no es científico» o «no tiene idea de ciencia».
- Fue una decisión personal (y bastante reservada) de rechazar una invitación personal a un congreso presidido por el presidente israelí (Shimon Peres), no fue un llamado en Twitter para que se haga «boicot científico», así, en general. Por ello el «boicot» de Hawkins sí tiene su mérito: le afectaba personalmente, rechazó estar en una conferencia con el presidente israelí, no un boicot a los demás científicos como muchos pretenden.
- Como es sabido en la comunidad científica, no hay «vacas sagradas» y hasta el mejor científico puede estar equivocado. Recibió críticas de la propia comunidad científica, me limito a citar la opinión de Chmosky (es conocido su activismo pro Palestina y anti israelí): he supports the «boycott and divestment of firms that are carrying out operations in the occupied territories» but that a general boycott of Israel is «a gift to Israeli hardliners and their American supporters».
Ya sé que es imposible evitar el cuñadismo, el tertulianismo y las simplificaciones populistas en las redes sociales. De hecho se premian estas actitudes: son todos expertos en todo y pueden salvar el mundo con unos cuantos hashtags y RTs. Pero hay límites para tanta tontería.