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Hace unas horas se cumplió un año de la aparición pública de #nolesvotes. Pasaron muchas cosas en este tiempo, tantas que todo volvió a ser lo mismo. De un diagnóstico inicial de una democracia con problemas de participación, parecía que las cosas podían mejorar por el repentino interés de muchas personas por intentar ayudar a mejorarla. Sin embargo, un año después, con una «Spanish revolution» por el medio, estamos prácticamente en la misma situación: una mayoría absoluta de unos los partidos de la partitocracia, gobernando con mano de hierro, pero con tanta tranquilidad que el presidente es capaz de minimizar sus apariciones oficiales a pesar de los ajustes, amenazas de huelgas, manifestaciones, y violencia en las puertas de colegios.

No sólo eso, a pesar del gran descontento ciudadano, los tres partidos más grandes, los que figuraban en la lista de #nolesvotes, se pusieron de acuerdo para votar a favor de las reformas financieras propuestas por el PP. Si es poco, la ley Sinde que motivó la aparición de #nolesvoes (y varios movimientos más) sólo sufrió un cambio, pasó a llamarse «Sinde-.Wert».

La situación es, como mínimo, decepcionante. Si era verdad el diagnóstico de una democracia no participativa, hoy lo es todavía más. Pero no se puede acusar al PP de ser un partido no democrático, ganó claramente en las urnas, sin nada que reprochar, en España tenemos unas elecciones modélicas en cuánto a la transparencia y conteo de los votos. Algunos dicen que el triunfo del PP no es tal, porque hay muchos que no votaron. Pero la verdad es que nadie sabe cuál hubiese sido el sentido de votos de los asusentes, sólo se puede decir que les daba igual.

El problema de nuestras [presunta, aunque así lo creo] carencias democráticas no reside sólo en las organizaciones políticas, en realidad la culpa es colectiva. Es la sociedad al completo la que vota al PP, o al PSOE, o a CiU en Catalunya. Ellos no amenazaron a nadie, ni hay sospechas que haya habido pucherazos que podrían haber cambiado el resultado. Aunque puedan usar otros métodos más sutiles para  influir, o incluso coaccionar, los culpables finales somos todos, cada uno de nosotros. Son la suma de ideas, y sobre todo, votos individuales los que definen la calidad democrática que tenemos.

Entonces, ¿de qué depende la calidad democrática? Creo que depende cuatro factores colectivos fundamentales:

  1. Información
  2. Educación
  3. Debate
  4. Respeto

1. Información

En una democracia, la información es fundamental para tomar una decisión racional y meditada. Vale lo mismo para una directa, o para una representativa como la española. La diferencia es en el primer caso deberíamos tener conocimientos elevados de cada tema en particular, mientras que en la representativa delegamos esa responsabilidad basados en principios o propuestas más genéricas: modelo económico, políticas medio ambiente, de salud, de educación, etc. Aunque sean más genéricas, exige información tanto sobre los modelos o políticas propuestas, como así también cuál es el comportamiento real de esos partidos. ¿Actúan de forma coherente con lo que proponen? ¿Son reales los datos que nos cuentan? ¿Son factibles los modelos o son sólo promesas populistas imposibles de cumplir? ¿Realmente conocen del tema o son sólo invenciones o eslóganes de campaña? ¿Existe el dinero que hace falta? ¿Cuesta realmente lo que dicen? ¿Es verdad que en otros países funcionan? ¿Son comparables? etc.

Hay dos factores que influyen en la calidad de la información: el periodismo (los considero fundamental, sea profesional, o «ciudadano»), y leyes que obliguen a la transparencia de la administración. En cuanto a la transparencia de la administración, seguro que estamos en al cola de Europa. Rubalcaba mantuvo la ley en un cajón durante años, no parece que el PP esté por la labor de ponerla en marcha. En el periodismo -o mejor dicho, los medios-, la situación no es mucho mejor. Nuestros medios periodísticos son muy partidistas, cada vez más al estilo partisan norteamericano. En sí mismo no es tan malo, está bien tener diferentes perspectivas, hasta un cierto punto. Cuando se empieza a manipular la información, o a contar sólo la parte que interesa, o a callar completamente aquello que puede perjudicar, se entra en una pendiente resbaladiza peligrosa.

El problema está agravado por la forma en que leemos la información. Hasta la aparación de redes sociales (y «menéames»), típicamente se leía sólo al periódico de cabecera, el que escribe lo que queremos leer. Aún con las redes sociales, se forman grupos ideológicamente homogéneos, por lo que se vuelven a «consumir» sólo aquél tipo de noticias que nos interesa… que ya están sesgadas en su fuente.

Aunque Internet ha mejorado mucho en este aspecto, las polarizaciones y sesgos amplificados de los grupos es enorme. Lo que en principio es una promesa de información variada, realmente se usa como realimentación positiva a nuestros propios sesgos. Twitter, a pesar de ser una excelente forma de información, en la información de cada día, en esos pequeños «detalles» que cuentan, por sus propias limitaciones de espacio (y dificultad de mantener y seguir un debate) suele ser también la plataforma de divulgación de eslóganes polarizantes más que de información y análisis reflexivo.

Parece que en lo informativo, al menos en grandes temas o sucesos, hemos aumentado en calidad, pero falta mucho camino por recorrer, o mejorar. La información (que está publicada) está disponible para todos, pero somos reacios a buscarlas y perder tiempo leyendo largos documentos. Preferimos lo breve, el eslógan, el RT inmediato… que dará información precisa sobre la muerte de Withney Houston a los pocos minutos, pero que no nos servirá para analizar temas importantes.

2. Educación

La información está bien, pero hace falta formación para poder entenderla e interpretarla. O al menos detectar los errores y sesgos. ¿Tenemos la formación necesaria en los temas básicos para entenderla? En una sociedad compleja, donde las estadísticas son fundamentales para entenderlos ¿las conocemos? ¿sabemos cómo usarla? De hecho sómos muy malos en este aspecto, tenemos aversión a los números, pero nos tragamos cualquier noticia que venga acompañada de un número, mejor si grande: parece una prueba irrefutable, aunque sea inventado, o no tenga ningún sentido.  ¿Sabemos lo fundamental de físicas para poder entender los problemas de energía? ¿o que no pueden existir, en nuestro universo conocido, las máquinas perpetuas o la energía libre? ¿Sómos capaces de intuir que si apostamos de un día al otro por las renovables al 100% nuestra factura de luz se multiplicaría varias veces y que a la noche tendríamos que apagar muchas luces? ¿Nos damos cuenta que, aunque deseable, si mañana todos los habitantes de China tuviesen los ingresos y calidad de vida de un europeo quizás habría escasez hasta de papel para limpiarnos el culo? ¿Sabemos que si Europa y EEUU se empobrecen, muchos chinos tendrían más problemas para sobrevivir? ¿Sabemos que esos mismos  chinos trabajan en condiciones laborales que no aceptaríamos para fabricar elementos que son indispensables en nuestro día a día? El mundo es mucho más complejo, con muchas más interacciones de las que podemos entender.

Lo que nos lleva a otro problema, las deficiencias metacognitivas. No somos capaces siquiera de entender que existe esa complejidad, no somos capaces de evaluar cuánto conocemos y qué es lo que desconocemos. Es, quizás, el problema más grave y más difícil de solucionar (que por otro lado no es nuevo, las religiones son un placebo a nuestro miedo a un mundo complejo, en el que no existe un responsable único).

Hay otro problema que parece sencillo, no se suele enseñar en todo el sistema educativo, y que aún después de aprendido, es muy difícil de practicarlo: el pensamiento crítico. Es el que nos permite cuestionar intelectualmente la información que nos llega, y las creencias que tenemos. ¿Alguien ha tenido clases de pensamiento crítico? ¿las recuerda? ¿las practica? Llevo 20 años enseñando en la universidad, y cada vez que pregunto este tema el silencio es absoluto. De hecho ni yo lo conocía cuando empecé, tuve que aprenderlo por mi cuenta (y recomiendo este vídeo fácil, divertido y subtitulado de introducción al tema: Here be Dragons).

3. Debate

Nadie puede ser experto en todo, ni los especialistas en algún tema conocen todos los detalles del mismo. Si en temas técnicos es complicado, «saber la verdad», en temas sociales es aún más. Como leí hace poco en Damned Lies and Statistics, sabemos y estamos de acuerdo en el peso de los átomos, pero tenemos muy poca idea de qué piensa en realidad la sociedad sobre el aborto, y en qué condiciones. Las ciencias sociales se basan en las estadísticas, hacer estadísticas es muy complicado, tienen errores y sesgos (voluntarios e involuntarios). Por eso el debate es la herramienta fundamental para aclarar temas importantes, y para tomar decisiones colectivas.

La calidad del debate depende de la educación e información que disponemos. Con carencias en ambas, el debate no puede ser de calidad. Tiene además otros problemas, es difícil construir argumentos correctos, tampoco nos lo enseñan en la educación formal, ni es practicado habitualmente, ni siquiera en los medios. Sumado a la polarización partidista que padecemos («las dos Españas», aunque en otros países ocurre igual, Argentina o EEUU son buenos ejemplos que conozco bastante bien) es muy difícil mantener o presenciar debates de calidad.

Se dice que Internet iba a mejorarlo, yo también lo creo, de hecho lo ha mejorado un poco. Pero, de nuevo, las mejoras estan seriamente limitadas por las «cámaras de eco» que hay en las redes, por esa realimentación contra los que opinan diferente (que suelen acabar en troleos), no solemos leer completamente a los «otros» (por supuesto, la empatía se pone a valores negativos). Al final, lo que encontramos en Internet son miles de redes diferentes, cada una con sus gustos y preferencias, que interactúan muy poco con las demás.

Por si fuera poco, nos acostumbramos al eslógan y frases hechas (mientras más ofensivas, mejor). Esto no ocurre sólo en Internet o Twitter, también en los medios. El programa de debates más visto es «59 segundos», después de eso te quedas sin micrófono. Es muy difícil poder explicar una idea medianamente compleja en poco tiempo. Consumimos eslóganes, simplificaciones y sobre generalizaciones. Es la «cultura popular», no interesa profundizar.

Hay periodistas, pensadores y bloggers reflexivos que no se quedan en el eslógan fácil. Pero se observa un patrón, esas sesudas reflexiones tienden a justificar y amplificar su punto de vista. Si son del 15M explicarán que es el camino a una democracia mejor, aunque haya problemas en el camino está surgiendo una nueva forma de política, que hay otro tipo de «energía». Si es alguien crítico con el 15M  explicará que es una muestra de cómo los radicales están tomando la calle y molestando al curso normal de la ciudadanía y la democracia. Los pro 15M no leerán el segundo artículo, y viceversa. Si lo hacen, será para cruzar insultos, o demostrar a su «parroquia» las gilipolleces que dicen los demás. Sólo se alimenta la polarización y los posicionamientos extremos, en general sin ningún tipo de autocrítica o intención de llegar a consensos.

Se puede decir que vamos en el mismo tren, cada uno describiendo y analizando el mundo que ve desde su ventanilla, y llamando gilipollas a los que están describiendo lo que ven desde la ventanilla contraria. Dependiendo de quién conduza el tren, unos dirán que nos llevan a un precipicio, otros a destinos paradisíacos (y lo más probable es que el conductor no tenga mucha idea de cuál es el destino, ni escuche los gritos de los pasajeros).

4. Respeto

No me refiero [sólo] al respeto en el debate, sino a algo más elemental. Todo el mundo se declara democrático, pero no demuestra ese talante si gana el oponente. Así, la opinión política está sobrada de frases como «facha», «comunistas», «sociatas», «fascistas», «chaquetero», etc. La democracia consiste en que la gente  elige a sus representantes, estos se presentan a las elecciones con ideas y modelos diferentes, por lo que siempre habrá una «idea perdedora», es intrínseco y condición necesaria de la democracia. Pero parece que es muy difícil aceptar que la victoria del partido opuesto es tan legítimo y democrático como la de tu partido.

No me gusta nada el PP, no me considero de derechas. Pero, oye, han ganado por una buena diferencia, podemos (y debemos) criticar lo que nos parece mal, pero no se puede poner en duda su legitimidad. Es una falta de respeto a sus votantes, y a las propias reglas democráticas. Esta falta de respeto por la «voluntad mayoritaria contraria» llega a extremos tan ridículos como que unos pocos cientos de personas (sin representatividad, ni muestreo adecuado, han ido voluntariamente) digan que un gobierno con millones de votos «no les representa», y a continuación afirmen que ellos representan al 99%. Algunos dirán que es una frase retórica o poética, pero es una afirmación tan arriesgada como ofensiva para millones de personas que no han querido estar en la misma plaza.

Quizás es que es muy fácil declararse democrático, pero mucho más difícil aceptar la inevitable «derrota» de nuestro partido, o que nuestras ideas no son las mismas que la mayoría. Esta actitud vuelve a emponzoñar el debate, la polarización, y las iniciativas grassroots. Y nos hace olvidar una regla fundamental de la democracia: lo importante son los medios, no los fines, aunque estos últimos sean de los más loables.

Fin

Dejo que cada uno haga una evaluación personal de cómo estamos en esos cuatro criterios básicos. Yo no creo que lleguemos al aprobado en ninguno de ellos. No es culpa sólo de los políticos, es colectiva. En cada acción que hacemos, en cada opinión, estamos contribuyendo a mejorar o empeorar la situación, deberíamos tomar conciencia de nuestras propias responsabilidades individuales.

Aunque #nolesvotes estuvo bien, no me arrepiento de haber trabajado y apoyado, pecamos de ingenuidad (tampoco me arrepiento, es necesaria):

Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.

No sé la influencia real que tuvo en el voto (tampoco la del #15m), es muy difícil de cuantificar. Sobre todo con factores externos tan graves como la crisis económica, cinco millones de parados a los que la ley Sinde, el matrimonio gay, la ley de igualdad o la ley de transparencia les traía absolutamente sin cuidado. No se pueden disfrutar de derechos adicionales cuando no se tienen los más fundamentales, como el de ganarse la vida, mantener a la familia, tener una vivienda digna. Pero aprendí que no se puede mejorar la democracia en poco tiempo, saliendo a la calle, o con campañas en Internet, y sin un apoyo masivo (llamémosle «Paradoja de Sinde y Wert).  Al menos no de forma pacífica.

Para lograrlo pacíficamente hacen falta años, se ha logrado un pequeño gran avance: hay más diversidad en la cámara, podremos escuchar otras voces e ideas, podremos medirlas, auditarles, intentar  en próximas elecciones que la cámara sea más permeable. Pero no creo que se pueda mejorar mucho más sin mejorar las cuatro condiciones mencionadas, y quizás sólo las disfruten nuestros hijos (si no nos cargamos al país antes).

Algunos dirán «es que es la democracia la que está podrida, no sirve, hay que cambiarla». Hay dos opciones, mejorar la educación, información, debate y el respeto, o recurrir a coacciones y métodos no democráticos. Si prefieren la segunda, deberían empiezar a explicar cuál es el medio, y qué modelo persiguen. Quizás consigan más apoyos, o quizás espanten a más gente.