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Ahora hay una conversación en Twitter sobre el pinchazo de una rueda del avión de Juan Gómez Jurado. Me acordé muevamente de un aterrizaje de emergencia que tuve en 1996 o 1997. Viajaba con Bernardo, mi socio en Atlas Internet, desde Palma hacia Zaragoza vía Madrid. El vuelo de Palma a Madrid era en un DC9 de Aviaco. Apenas subimos hice bromas por lo antiguo de todo el equipamiento interno del avión, era de los años 70.

Nos tocó un asiento justo sobre las alas. A los pocos segundos del despegue, sentimos un ruido y vibración muy fuerte. Volví a bromear sobre lo anticuado del avión. Pero éste seguió volando muy bajo, hacia el sur, y luego empezó a hacer un giro muy amplio alrededor de Mallorca, siempre a baja altura. Estaba claro que había un problema, pero pensé que era saturación de control aéreo. Unos diez minutos después todo el pasaje estaba preguntando qué pasaba, seguíamos sobrevolando Mallorca a baja altura.

A los pocos minutos el comandante nos dice que había habido un problema con el tren de aterrizaje cuando despegamos, que no se habían retraido las ruedas correctamente, y que sobrevolaríamos la torre de control para que observen en qué estado estaban. Silencio durante unos segundos, luego unos sollozos, y algún grito ahogado, luego silencio absoluto. Abrumador.

Después de algunos minutos de haber sobrevolado el aeropuerto una azafata  nos informa que haríamos un aterrizaje de emergencia en el mismo aeropuerto de Palma. Llantos, luego silencio absoluto nuevamente. A los pocos minutos la azafata, sollozando, nos dice que nos pongamos la cabeza sobre nuestras rodillas, que nos ajustemos bien el cinturón, y creo que hasta nos hicieron quitar los zapatos. Más llantos, algunos gritos.

El avión toca tierra y frena muy abruscamente, con mucho ruido y vibraciones (supongo que por los frenos),  a los costados venían los cambiones de bomberos y algunas ambulancias. Se detiene en el medio de la pista. Uno de los pilotos inmediatamente nos dice que no nos movamos, que van a inspeccionar el avión, y decidir si bajamos allí o si podemos llegar al hangar. Había aplausos, se había acabado. Por la ventanilla veo a la gente que está alrededor señalando hacias las ruedas bajo el ala, con caras sorprendidas.

Después de unos minutos nos hacen bajar. Miro hacia las ruedas, había un gran agujero en la tapa de alumnio del tren de aterrizaje trasero. El problema había sido que las tapas de las ruedas se cerraron antes que las ruedas suban (o no se abrieron antes, no sé cómo funciona en el DC9) y las ruedas, todavía girando a gran velocidad, golpearon sobre el aluminio, haciendo ese agujero e impidiendo que pueda subir.

Afortunadamente puedieron bajar correctamente, no habían reventado, y se puedo aterrizar sin problemas. Pero durante unos 20 o 30 minutos pensé que moriría en ese avión. Lo que me sorprende todavía es en lo que pensé en esos monentos, casi trivial. Mi hija era bebé, pensé que crecería sin padre, que su madre tendría que apañarse sóla, y estaba preocupado si sabría encontrar los datos del banco y seguros para tener dinero. Todavía me sorprende, supongo que era el estado de «shock».

PS: En noviembre de 1993  tuve otra experiencia que pensé que la palmaba (la rabia me impide contar muchos detalles). Fuimos con un compañero de la UIB, Tomeu, a dar unas conferencias en algún sitio de Argentina. Una noche un policía me provoca (algo así como «gallego bruto, vuelve a España», no se dió cuenta que era argentino), no me aguanto y con mi gran bocaza le digo «hijo de puta, ven aquí tú sólo». Y vino… pero con su enorme pistola en la mano. Me la puso en la cabeza, me llevó a la acera de enfrente, estaba inmovilizado, empezó a pegarme en el estómago y patearme las piernas, durante minutos eternos, mientras me insultaba. No sentía dolor, veía a mucha gente alrededor mirando,  yo sólo pensaba «hijo de puta, hijos de puta, no hacéis nada…». Al final el compañero que estaba conmigo consigue parar un taxi, le dice que ya sabía por la radio lo que pasaba, traen un abogado, viene (no tengo idea cuánto pasó), se acerca al policía, habla, le tranquiliza, me suelta.  Subo al mismo taxi, me dice «¿eras vos al que estaban pegando? qué huevos que tenés». Lo que nunca supo es que después estuve más de una hora sin poder parar de llorar. Eso sí, con el cuerpo amorotonado y dolorido, pero a las 9 de la mañana di la conferencia 😉