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Llevaba varios semanas muy estresado, con mucho trabajo (y lo que me espera). Hace unos 6 meses dejé de jugar al pádel (la crisis afectó hasta a eso, mis ex compañeros tienen que hacer horas extras), mi salud empezó a decaer. Me costaba respirar, dormia muy mal. Al final tomé la decisión, debo cambiar mi vida sedentaria, si no, acabaría muy pronto.

Me apunté hoy al gimnasio, fui a la primera sesión. Me dieron una caña de la buena, tras 45 minutos terminé con dolor en el pecho, la visión periférica borrosa (signo de la falta de oxígeno en el cerebro). Los 200 metros de regreso a casa me parecieron eternos, son esos momentos que sientes que acabará todo muy pronto.

Llegué a casa, me tiré unos minutos, de sentirme fatal me empecé a sentir muy bien (menos de dos horas después estoy como una moto, escribiendo este apunte a falta de no tener nada más urgente que hacer). Pensé, ¡hostia! tampoco era tan complicado, las cosas a veces pueden mejorar rápidamente, vaya suerte que tengo.

Pensé en qué me gustaría hacer diferente (supongo que es lo típico cuando cambias tu rutina), no se me ocurrió nada mejor de lo que estoy haciendo ahora: programar cosas que usar cientos de miles de personas cada día, e interactuar con muchísimas personas más de lo que mi cerebro puede gestionar. Además lo hago todo cuando tengo ganas, sin jefes a los que rendir cuenta, sin horarios estrictos que cumplir (salvo mis horas de clase), sin tener que madrugar cada día, sin tener que desplazarme horas en coche. Sin ser millonario, ni tener el futuro asegurado, pero tampoco pasar penurias económicas. Tampoco tengo gustos caros ni exquisitos, por eso será que no siento que me privo de nada.

¿Cómo llegué a esta situación?

No fue fácil, no tengo familia acomodada (de hecho mis primeros años profesionales tuve que ayudar mucho a mi padre, que se metió en una deuda enorme, el juego), emigré a un país y a una isla donde no conocía a nadie (ni siquiera sabía que el idioma era el catalán), estuve separado durante año y medio de la que sería luego mi esposa. Los primeros años tampoco fueron fáciles, sufrí un mobbying horrible en la universidad, pasaba  mucho tiempo de viaje, semanas sin ver a mi mujer o mi hija pequeña. Nada demasiado especial, muchos pasamos por las mismas situaciones, pero quiero decir, no vengo de familia privilegiada, no me regalaron nada (salvo la educación que me pagaron mis padres), comencé mi vida sin nada más que la ropa que me entró en una maleta, y menos de 300 €.

Pero lo determinante, y lo recuerdo muy vivamente, fue mi primer encuentro con Internet.

Fue a principios de diciembre de 1989. En febrero del año siguiente pasaba mi último examen e informática y estaba en el Centro Atómico Bariloche de entrevistas para hacer mi proyecto final de carrera allí. Allí conocí el correo electrónico, el ftp anónimo, el conectarnos vía telnet a ordenadores de todo el mundo, a entrar a salas de chats (técnicas y «rosas») usando el X25, los newsgroups, las listas de correos, a bajar y compilar programas que eran «gratis» y «de dominio público» (años después aprendería que eran software libre). En ese momento decidí que eso era lo que quería hacer el resto de mi vida, y nada más.

No soy paciente, pero sí muy cabezón, lo conseguí.

De hecho logré mucho más, jamás pensé que la incipiente red de aquellos años permitiría hacer todo lo que estamos haciendo ahora. Sin saberlo muy bien, me subí a un tren que estaba poniéndose en marcha, y fui testigo directo de esta revolución (aunque menos de lo que me hubiese gustado, Mallorca o España no eran Silicon Valley, pero no me quejo).

Luego descubrí Xenix, Sun OS, IRIX, el Minix, a una cosa muy nueva que se llamaba Linux, a una distro que se llamaba Slackware. A finales de los 90 tenía clara otra cosa: dedicaría al menos una década de mi vida al software libre. La unión Internet y software libre fueron perfectas, ayudaron mucho. En el año 2000 ya había logrado otro hito importante: sólo usaba software libre hasta en la universiad (módulo Flash y algunos drivers privativos), y ya no desarrollaba ni participaba en ningún proyecto que no liberase todo el código. Tampoco fue fácil, pero aquí estoy, metido a fondo, casi exclusivamente, en Internet y software libre.

Son esas casualidades, y mucha terquedad, que al final te llevan a pensar: estuvo muy bien, fui afortunado, mi vida es muy placentera, hago lo que me sale de los cojones (no sé cuánto durará, pero oye, permitidme un carpe diem, aunque sea para este apunte). Afortunadamente, lo que me sale de los cojones suele ser trabajar programar, e interactuar con mucha gente a través de Internet, donde el software libre jugó, y juega, un papel fundamental. No es ninguna tontería.

Recuerdo los 90, con tecnología Microsoft (sí, programé mucho con el C++ del Visual Studio, mi tesis doctoral está programado en eso, en total más de un millón de líneas olvidadas en un directorio de backups), desde que salía una novedad hasta que teníamos acceso a la documentación completa (si es que lo  lográbamos) pasaban meses. Con el software libre era muy diferente, se comentaba algo, ibas a Internet, y ¡sorpresa! ya estaba disponible para todo el mundo, todo el código, y sin tener que mendigar presupuesto a la universidad para poder comprarlo. Vaya si había diferencia, sobre todo para el mundo académico, siempre escaso de recursos.

Internet, software libre… como «apalancadores» del bienestar individual. Parecen tonterías de un flipado al que sólo le falta hablar de «sinergias». Pero si a mí me ha permitido llegar a este estado, supongo que lo mismo pasa a millones de personas. Si se lo ha permitido a un sudaca feo nacido en el culo del mundo, educado en una escuela pública de donde pescábamos anguilas desde las mismas aulas (pasaba un río por debajo del suelo de madera), ¿cómo no imaginar que a millones de personas les puede estar dando la misma oportunidad?

Por eso, cuando vienen unos señores que no experimentaron este viaje de más de 20 años, pero pretenden regular Internet, de una forma tan irracional e «inhumana», o que menosprecian a la informática y el software libre, me toca mucho los cojones. Muchísimo. Así que disculpad si me paso con mis cabreos, pero nadie puede ignorar su historia, y si somos los que ella nos ha convertido ¿para qué disimular? Hay cosas peores, por ejemplo, tener un miedo atávico a eso que a muchos nos ha dado tanto.

PS: Ahora, después de darle al «publish», me pongo corregir todas las erratas y barbaridades gramaticales del apunte. No tengo paciencia.