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En unas horas salgo para Madrid para debatir sobre democracia en la Innosfera. Pero antes de preparar el máximo de diez transparencias que me piden, para sólo cinco minutos de presentación (supongo antes del debate) quería estructurar un poco las ideas, para aprovechar al máximo esos pocos minutos.. Como al mejor forma de estructrarlas es escribirlas, es lo que hice, y lo que está a continuación. Por lo menos me ha servido para darme cuenta que debo resumirla aún más, esto es imposible de contar en cinco minutos 😦 (la presentación en PDF).

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Hay dos características básicas que nos dejó la evolución y que fueron claves en la evolución de nuestra civilización: el altruismo y el lenguaje. Aunque existe el altruismo en otras especies, fundamentalmente los simios, éste sólo incluye a sus parientes más cercanos; en cambio en los humanos tiene un alcance mayor, incluso a desconocidos. La aparición del lenguaje hace unos 100.000 años también fue clave en nuestra diferenciación con otras especies.

El consenso científico sobre la importancia del lenguaje es casi unánime, fue el que nos permitió transmitir nuestros deseos e intenciones. Al poder comunicar nuestras intenciones fuimos capaces de establecer objetivos comunes y trabajar colaborativamente. Toda la ciencia, conocimiento y tecnología que desarrollamos hubiese sido imposible sin esa capacidad de comunicarnos. El símil informático es muy adecuado: la comunicación es la que permitió la «computación en paralelo» en la sociedad.

A medida que desarrollamos nuevas formas de comunicación (la escritura, la imprenta, el telégrafo, el teléfono, la radio, la TV, Internet) nuestra organización social se hizo cada vez más compleja. Así nacieron macro entidades que parecen tener vida propia: democracia, política, religión, comunismo, capitalismo, etc. Es decir, la complejidad estructural de nuestra sociedad está ligada, es una consecuencia y también la realimenta, a  las herramientas de comunicación.

Nuestro altruismo genético definió características fundamentales de nuestra organización social única y que incluso rompen con la reglas de la evolución natural o de nuestros «genes egoístas», como explica Richard Dawkins. Creamos nuevos derechos, defendemos la igualdad, protegemos a nuestros enfermos terminales aún cuando sabemos que van a morir, nos emocionamos o escandalizamos con el sufrimiento de personas que ni conocemos, y hasta practicamos sexo con toda la intención de impedir la reproducción.

Esta dos características: comunicación y altruismo hicieron que con el paso de los siglos tuviésemos una sociedad más justa, y que nuestro altruismo tenga fronteras más amplias. Esta característica es muy visible en Internet, hemos pasado de «sufrir» por el famoso creado por los medios -también un efecto de la comunicación- a personas con la que sólo conocimos y contactamos por Internet.

Los avances en la neurociencia nos descubren que no sólo importa el número de neuronas, sino también en el número y forma de conexiones entre ellas. Incluso algunos estudios afirman que las conexiones son más importantes que el número de neuronas. Lo bueno de estas conexiones es que cambian con nuestras experiencias, incluso cuando estamos en la fase REM del sueño el cerebro «explora» nuevas conexiones aleatorias. Las experiencias de una persona que participa activamente en las diferentes formas que permite Internet posiblemente genera nuevas y diferentes conexiones, por eso tu pareja te dice que no entiendes cómo puedes pasar tanto tiempo en Internet, o cómo puedes tener tanta confianza e intimidad con una persona que no has visto en tu vida. Fue un proceso de «aprendizaje por experiencia» que cambia nuestra forma de pensar (por ello estoy en contra de la diferenciación de nativos vs inmigrantes digitales).

La democracia es consecuencia directa de la complejidad de la sociedad (y sus comunicaciones), una forma de toma de decisiones colectivas transfiriendo el poder del pueblo a sus representantes elegidos. Pero tenemos un problema grave con la democracia, o dos.

La democracia representativa «moderna» se estructuró en partidos, los partidos se profesionalizaron hasta configurarse en organizaciones burocráticas cuyo último fin es su propio poder y supervivencia. Los ciudadanos son desplazados cada vez más de la participación real, hasta dejar sólo la del voto cada x años. Este voto es luego usado como carta blanca para los ganadores: «hablaron las urnas» es una frase recurrente en los políticos ganadores.

Además, los gobiernos democráticos se sustentaron en tres poderes en teoría independientes, más un autodenominado cuarto poder: el periodismo. Nos explican que este cuarto poder es esencial en democracia, sirve como órgano controlador de los tres poderes de gobierno. La realidad es bien diferente, si las democracias son pilotadas por los partidos, sus copilotos son los medios. Son los medios los colaboradores necesarios para definir el «consenso» artificial, también conocido como «opinión pública», sobre el que supuestamente se sustenta la legitimidad de las decisiones de los gobernantes. Con el avance de las tecnologías de la comunicación, desde los periódicos a la televisión, los medios se convirtieron en un cuarto poder muy poderoso. La «opinión pública» podía ser dirigida más eficientemente y de forma centralizada. De controladores del poder han pasado a ser cómplices necesarios del divorcio con la ciudadanía, sustentados en estrechísimas relaciones personales con sus «controlados», de trapicheo de influencias y de dinero público: el clientelismo.

Debido a la imposibilidad de participación en la toma de decisiones aparecieron los grupos de presión (lobbies) como una forma de influencia. Como es natural, los lobbies también se profesionalizaron, y los de más recursos se convirtieron en los más influyentes. Así pasamos gobiernos democráticos que debían rendir cuentas a sus ciudadanos a otros que sólo deben rendir cuentas a los lobbies. Se distorsionó el poder del pueblo en el poder del dinero. Este no es un problema español, es global y en algunos países más marcado (por ello Lawrence Lessig dejó su activismo de Creative Commons por la de luchar contra la corrupción política del dinero; como él cuenta, en sus años de activismo por una cultura más libre aprendió que no se podía luchar contra el poder del «dinero en malas manos»).

Decía que tenemos un segundo problema, muy español. Como explica el periodista Guillem Martínez,  vivimos en la cultura de la transición (y como extiende Amador Savater, en el framework definido por esa cultura). Durante la transición se definió un modelo de democracia y organización política como si hubiese sido una fotografía intocable. Con el problema adicional que al momento de tomarse, la fotografía ya estaba desfasada respecto de otras democracias modernas: una organización que es casi federal pero que no lo es, una ley electoral que bajo el miedo de la ingobernabilidad impide que millones de votos obtengan representación, un gobierno que es de facto presidencialista pero formalmente es parlamentario pero en teoría independientes y, por supuesto, la definición de una continuista monarquía por una especie de miedo ancestral a ser otra vez una república.

Así, durante más de treinta años, cualquier idea dentro de ese marco era «aceptable», pero era totalmente inaceptable cualquier idea que saliese de ese estricto, inamovible y ya estrecho framework. Durante estos treinta años se configuró una partitocracia sostenido por los medios que se creaban y subsistían gracias a los partidos mayoritarios: subvenciones camufladas como publicidad institucional, subcontratas de producción en medios públicos, asignación de frecuencias, tráfico de influencias, etc. Estos medios fueron los que se encargaron de ser custodios del status quo y de que no se salga del marco de la constitución vía la creación de una opinión pública fabricada por ellos.

Cada cuatro años hay que elegir a candidatos de listas cerradas. Pero no se hace un análisis objetivo del cumplimiento de los programas electorales con el que se presentaron, sino que se recurre al miedo para mantener el balance de poder de los partidos mayoritarios: «cuidado vienen los rojos», o «que ganarán los fachas», o el «tú más». Cada persona emite su voto bajo esta presión política- mediática y no hay forma de rectificar o influir hasta las próximoas elecciones, donde se repetirá nuevamente la misma escenificación.

Pero las cosas empezaron a cambiar con Internet. Cada vez hay más gente conectada habitualmente (más de la mitad de la población según algunos estudios), la comunicación entre personas ya no la dirigen desde unos pocos centros, los mal llamados internautas empiezan a descubrir que lo que le transmitían desde los medios no era toda la realidad. Los fachas no muerden, los rojos no se apropian de tu casa, los antisistemas violentos no eran tan anti, ni tan violentos, y que no se despreciaba la política -al contrario, apasiona- sino que poca gente se sentía representada por sus políticos.

En los últimos tres años se empieza a romper el espejismo del milagro español por dos razones fundamentales. Por un lado la gran crisis económica mundial, por el otro la implosión de la burbuja inmobiliaria. Ambas provocan cinco millones de parados, un empobrecimiento general, familias desahuciadas por los mismos bancos y cajas (públicas) que estimulaban a tomar créditos de vértigo. La respuesta política fue al final «ceder al mercado». Pero el mercado es la suma de las transacciones económicas de las personas, en este caso no se trataba de eso, sino de la simple especulación de una ínfima minoría. Quedó claro que esa minoría tenía más poder que los supuestos portadores del poder popular, que ahora se escudaban en problemas incontrolables e imprevisibles.

En paralelo a esta crisis se suma el proceso irracionalmente antidemocrático de la ley Sinde. No era un problema nuevo, venía desde años atrás (llámese LSSI/LISI, canon digital, SGAE, red neutral, etc.) pero en este caso quedó bien en evidencia que se trataba de una presión de la industria de Hollywood y del poder de un lobby minoritario (y corrupto como se está demostrando) que aunque económicamente ridículo (la facturación sólo de Telefónica de España, en España, es veinte veces mayor a la suma de la SGAE, discográficas y cine español) tiene un inexplicable poder sobre nuestros gobernantes, de cualquier signo. Tanto poder que incluso a la ministra llega a manipular la historia descaradamente en uno de los periódicos más importantes, y nadie se escandaliza, ni los periodistas, ni el medio que lo publica, ni los historiadores, ni los cineastas que se suponen conocen un poco más la historia de su «arte». Tanto poder para que tres partidos de ideologías en principios tan diferentes se pongan de acuerdo para revivir una propuesta que ya estaba en coma profundo.

El sentimiento de no sentirse representado, la imposibilidad de participar más activamente en las decisiones importantes, la cesión del poder a una minoría especuladora, la manipulación mediática, la corrupción… todo eso suma para que gracias a otra forma de comunicarse sin intermediario acabe en el #15m, a pesar de los medios.

Claramente no sólo hay una crisis económica, también una crisis de democrática que necesita mejorar urgentemente si no se quiere correr el riesgo de generar otro estado de violencia social contenida (o no). El cambio fundamental tiene que ver con la representación y la participación. Nuestras herramientas de comunicación han evolucionado y cambiado. A la vez que permiten una comunicación más sencilla han aumentado la complejidad. Ya no se puede definir el «consenso» desde unos cuantos medios verticales, la gente discute y define sus propios consensos. Algunos de ellos eran muy claros, por ejemplo contra la SGAE y la ley Sinde, pero los partidos lo han ignorado y despreciado. En sus conexiones neuronales no cabe la posibilidad, no puede ser, tienen que ser sólo unos pocos gatos muy ruidosos.

Si el cerebro sólo piensa en estructuras anteriores, y toda la interacción es interna en la burbuja política que realimenta la misma estructura, es imposible que perciban que el mundo ya no es el que ellos han pretendido mantener desde sus endogámicas comidas y reuniones en oficinas y coches de cristales oscuros. De hecho, nuestro próximo presidente será una persona que lleva 30 años dentro de esos despachos y coches de lunas tintadas, a ninguno de ellos se le nota una predisposición a entrenar su cerebro en la nueva situación. Tampoco parece que estén muy convencidos de adaptarse -Rajoy ya está enviando mensajes negativos contra el #15m- el viejo modelo es más cómodo para ellos: ya habían aprendido, ya tienen las redes clientelares creadas, sus propios intelectuales que nos cuentan las bondades de la Constitución y las maldades de Internet.

Soy escéptico de que a corto plazo se logre una mejora sustancial sin una gran presión social, y aquí cabe nuestra responsabilidad como ciudadanos para no repetir errores pasados, por ejemplo ser co-responsables del bipartidismo, que desde 1993 no ha dejado de aumentar. Independientemente de ello, el #15m (y otras revueltas más intensas y sangrientas en otros países) ya han sido una «innovación»: han mostrado en las calles que los ciudadanos participan en la actividad política aunque no sean invitados, que no hacen falta líderes carismáticos y con el manual de propaganda ideológico bien aprendido, que no hacen falta los medios para interpretar o crear el «consenso», y que nuestras democracias están lejos de ser la democracia que deseamos, y necesitamos. Sobre todo si hay que volver a recuperar la soberanía que parece regalaron a los «mercados» cuyo único objetivo es la especulación.

Tendremos cada vez herramientas más sofisticadas, las estructuras sociales generadas serán más complejas y diversas. Lo importante para la democracia será construir una política que sea capaz de reconocer patrones de consenso en las redes, de aumentar la transparencia de la administración, y de fomentar la participación ciudadana, de recuperar el Parlamento como un sitio de discusión ética sobre la conveniencia de las leyes y no solo ejecutores sordos de los intereses de lobbies e intereses del partido.

La influencia del #15m hacen tener esperanzas de cambios a corto plazo que podrían ejecutarse desde la administración y partidos: ley de transparencia y modificación de la ley electoral. De la segunda poco puedo decir, es un tema muy complejo y que necesita muchísimo debate y acuerdos. La primera será importante y de efectos que se pueden observar de inmediato -si se cumple y se hace como se pretende-, dejará a disposición de todos una ingente cantidad de datos que podrían tratarse y dar información en tiempo real. Por ejemplo, antes de ir a un estreno (donde te ponen el anuncio que te tratan de ladrón) ya podríamos saber cuántas subvenciones recibió esa película, o cuanto recaudaron en taquilla otras películas del mismo director o productor. Sin duda obligará a un cambio de discurso y actitud de los cineastas. Pero en temas más relevantes, permitirá conocer con qué lobbies se reúnen los altos cargos, o cuál es la deuda de cada ministerio, o qué ayudas están recibiendo partidos, sindicatos y empresas. Para los programadores será una etapa muy divertida, y útil.

Hay otros temas que seguramente encontrarán una resistencia importante, aunque son fundamentales si se quiere mejorar la participación: referéndum para temas relevantes o de alcance municipal, y las Iniciativas Legales Populares (ILP). El primer caso es otra vez complejo, pero las ILP deberían ser mejoradas y simplificadas. Ahora mismo requieren de un costosísimo proceso de recolección de 500.000 firmas, y luego pueden no ser admitidas en el Congreso. Si tanto se promocionó el e-DNI, la misma administración debería dar el soporte necesario para la simplificación de ILP, y la obligación que esta sea debatida en el parlamento correspondiente.

Independiente de esas medidas que necesitan de la acción de legisladores, hay otras que podemos hacerlas nosotros. Por ejemplo herramientas que ayuden a detectar y medir consensos en temas importantes, o intentar minimizar los efectos de la polarización de grupos, que favorezcan el debate y el disenso, evitar la creación de miles o millones de cámaras de eco aisladas de las demás, etc. El #15m también demostró que, como mínimo en determinadas circunstancias, hacen falta urgentemente herramientas específicas y especializadas para «asambleas virtuales» en la discusión ciudadana. Así se evitaría esa especie de divorcio que se generó entre las asambleas de las acampadas y los barrios con el debate en la red (ya hay grupos trabajando en ello). Si tuviésemos mecanismos ciudadanos de consenso en temas específicos, estos podrían ser usados para movilizaciones e incluso para formular y consensuar ILPs.

Sea como fuese, el #15m ha marcado un hito, y ha puesto en marcha otra vez un proceso natural, los cambios derivados de nuestras nuevas formas de comunicarnos, que ha sido detenido e ignorado durante décadas. No creo que se pueda seguir frenando, al menos no por mucho tiempo, porque el voto cada cuatro años como única forma de participación ya no sirve, ni lo aceptamos. La alternativa al inmovilismo será una sociedad que ya no crea en la democracia.